La historia antigua y el avance de Israel (Biblia)

Existe un considerable cuerpo de información relativo a la historia del antiguo Oriente Próximo a partir del III milenio a.C., aunque una historia detallada de Israel apenas puede comenzar en torno a los tiempos de David (1000-961 a.C.). Ello no significa que no haya nada que decir sobre las etapas precedentes o que toda la información de los capítulos previos a David sea inexacta. Implica que es muy difícil separar las pruebas históricas de las representaciones ulteriores y que son conocidos con seguridad pocos detalles. Los relatos de Génesis sobre los patriarcas, por ejemplo, no fueron concebidos como historia. La historia se refiere a capítulos públicos; las narraciones de los patriarcas son capítulos familiares, en su mayoría alineados en asuntos privados. Pero, las pruebas arqueológicas han demostrado que el entorno o escenario de estos relatos puede suministrar un cuadro bastante fidedigno de cómo era la vida durante la edad del bronce tardío. Los relatos recomiendan que los antepasados de Israel eran seminómadas y proporcionan indicios sobre sus convicciones y prácticas religiosas.

Un cuidadoso estudio de los registros bíblicos y un uso prudente de las pruebas arqueológicas permiten situar el éxodo desde Egipto en la segunda mitad del siglo XIII a.C. Pero, se desconoce inclusive la ruta del éxodo. Sobre este específico el Antiguo Testamento conserva al menos dos tradiciones importantes. Es posible que no intervinieran todas las tribus de Israel, y lo más probable es que lo hicieran apenas las tribus de José.

En Josué 1-12 y Jueces 1-2 se hallan dos versiones desemejantes de la entrada de Israel a la tierra de Canaán. Las sucintas expresiones que aparecen en Josué dan cuenta de que los israelitas, bajo el mando de Josué, apresaron el territorio de forma inmediata, mientras que Jueces 1-2 y otras tradiciones apoyan la conclusión de que cada tribu fue ocupando su territorio de forma gradual, y transcurrieron varias décadas, si no siglos, antes de que Israel adquiriese su territorio. De este modo, el periodo de las conquistas y el de Jueces se superponen. Por lo general, durante los dos siglos ulteriores al 1200 a.C., las tribus llevaron a veces existencias separadas y otras veces conjuntas, para transformarse en un país (Israel); apenas tras un proceso gradual.

2. La monarquía

La monarquía apareció en torno al siglo XI a.C., en un clima de enfrentamientos internos y amenazas externas. Los combates librados giraron en torno a la forma de gobierno adecuada para la país. Mientras que algunos favorecían el estilo más convencional de liderazgo carismático en etapas de dificultad, otros anhelaban una monarquía estable. Triunfó la monarquía debido a la amenaza exterior de los filisteos, superiores en el orden militar, que ocuparon cinco ciudades de la llanura costera. Saúl unió a las tribus e instauró la monarquía, sin embargo falleció junto a su hijo Jonatán en un combate contra los filisteos. David se transformó en rey, primero del sur y después de todo el país. Tras encomendarse de eliminar definitivamente la amenaza filistea, instauró un imperio que englobó desde Siria hasta el límite con Egipto. Su reinado fue largo y boyante, aunque no carente de combates intestinos por la posesión de su cetro. Le ocurrió su hijo Salomón, quien fijó una corte siguiendo el modelo de otros monarcas orientales. Salomón erigió un palacio y el gran Templo de Jerusalén, exprimiendo al máximo los recursos del país para realizar sus grandiosos proyectos.

3. Los reinos de Israel y Judá

Tras el fallecimiento de Salomón, las tribus del norte se rebelaron bajo el mando de su hijo Roboam. Las dos naciones, Israel en el norte y Judá en el sur, jamás volvieron a encontrarse, y con frecuencia combatieron entre sí. En Judá la dinastía de David continuó hasta la ocupación del país por los babilonios (597-586 a.C.), aunque en Israel abundaron los soberanos y las dinastías. El periodo de la monarquía dividida estuvo indicado por amenazas de parte de los asirios, los arameos y los babilonios. Israel, con capital en Samaria, cayó en manos del ejército asirio en el 722-721 a.C., siendo sus gentes deportadas e instalándose extranjeros en su lugar. Judá sobrellevó dos humillaciones a manos de los babilonios: la rendición de Jerusalén en el 597, y su destrucción en el 586 a.C. En ambas ocasiones se deportaron cautivos a Babilonia, sin embargo como no se establecieron extranjeros en Judá y los cautivos gozaron de cierta libertad, al menos la de asociarse entre sí, la vida del pueblo continuó tanto en Babilonia como en su país natal. El exilio fue una catástrofe que desde hace mucho tiempo los profetas habían comunicado como escarmiento divino, aunque la experiencia llevó a los israelitas a reconsiderar su propio significado como pueblo y a transcribir e representar sus antiguas tradiciones. Véase Cautividad de Babilonia.

4. El periodo ulterior al exilio

En el año 538 a.C. el pueblo fue liberado de Babilonia tras haber sido instaurado el Imperio persa por Ciro II el Grande. Los profetas Esdras y Nehemías fueron los jefes de la etapa ulterior al exilio, en el momento en que se restablecieron las fundaciones y se volvió a levantar el Templo. Judá se volvió una provincia persa y sus habitantes gozaron de una relativa autonomía, en especial en el orden religioso.

En algún momento durante este periodo la historia de Israel devino en la historia del judaísmo, aunque su fecha exacta es objeto de controversia. Para más información, véase Judíos; Judaísmo. A comienzos de la era cristiana, el pueblo había sobrevivido al surgimiento del imperio de Alejandro Magno (333 a.C.), a la revolución y al régimen de los Macabeos (168-165 a.C.) y a la instauración del control romano sobre Palestina (63 a.C.). Tras ser sofocada una rebelión en el año 70 d.C., que desencadenó la destrucción de Jerusalén, su vida modificó absolutamente.

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