El Oriente, Marco Polo y otros relatos de viajeros

A caballo entre la literatura y la experiencia directa, merece mención especial Marco Polo y su Libro de las maravillas del mundo. Todo comenzó en el momento en que este avispado veneciano, a los diecisiete años, promovió un viaje a China junto a su padre Niccolò y a su tío Matteo. Habían dejado Venecia en 1271 para llegar tres años después a los dominios orientales del gran kan. Éste, Kublai Kan, complacido con la visita, recibió a los tres venecianos con grandes honores. Pronto el joven Marco Polo se recibió la confianza del gran kan, quien le nombró su secretario y después administrador de Yangzhou. Recorrió Marco Polo grandes extensiones de China siendo, por ello, su conocimiento muy directo y sus experiencias ricas. Tras diecisiete años de estancia, retornaron los tres viajeros, pisando al fin tierra veneciana en 1295. No faltaron en su célebre Libro páginas que ponderaban las riquezas de Oriente, la corte del gran kan, el Catay, las especias, las perlas, el preste Juan, el Cipango. Por la influencia ejercida en Cristóbal Colón y en el hallazgo de América, será trascendental lo que diga del Cipango (Japón). A pesar de que indica que no estuvo en él, recoge y difunde las novedades que hablan de tan sorprendente tierra, localizada solamente a 1.500 millas al este de la costa de China o Catay. Con ser tan nula la distancia, ni siquiera Kublai Kan pudo apresarla aunque lo intentó, y muy pocos eran los que la habían asistido. La riqueza que albergaba sobrepasaba, conforme los chinos, todo lo vislumbrado: oro, perlas y piedras preciosas en cuantías ingentes; muebles y techos del palacio imperial de oro macizo. Por todo esto, el Cipango será la gran inquietud colombina en 1492.

Entre los grandes impulsores del estudio de la geografía, sobresalieron los frailes viajeros, especialmente franciscanos, que movidos por un restaurado y sosegado interés evangelizador y de amor a la naturaleza recorrieron medio mundo y transmitieron novedades y experiencias que pronto se divulgaron. Ver al indevoto, ignorante del Evangelio, como a un hermano a quien había que auxiliar y no como un odioso enemigo al que atosigar, significó un apogeo misionero, y por consiguiente viajero. Llegaron a tierras de África y de Asia y a su retorno, o desde sus misiones, describieron sus experiencias, lo que habían visto, las maravillas observadas, e impulsaron una literatura geográfica que incitó la curiosidad de Occidente por conocer y aproximarse a esas tierras. Fueron los grandes viajeros de los siglos XIII y XIV, como Juan de Piano Carpini, Guillermo de Rubrouck, Oderico de Pordenone, o Montecorvino, quienes sirvieron para terminar las infilas de Marco Polo. Adicionalmente de misioneros, igualmente debieron llegar a China otros mercaderes europeos, aunque nos falten sus relatos al modo de los de Marco Polo.

En la misma línea de grandes viajeros cuyos relatos llegaban a Europa, sobresalieron no pocos árabes y judíos. Entre los árabes, Ibn Batuta, a mediados del siglo XIV, quizá sea el más conocido. Posteriormente a veinticuatro años de viajes, recorrió la totalidad del mundo musulmán, llegó hasta China e Insulindia y penetró en el interior de África. El judío español Benjamín de Tudela, a fines del siglo XII, visitó China y Ceilán. La tradición viajera de estos pueblos expresa su interés por la geografía y por la cartografía.

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