El Océano, Portugal y Castilla

Antes de que el océano Atlántico abriera sus puertas, era cosa sabida, desde el enfoque académico, que la tierra era esférica. Tal convicción no admitía discusión ni entre entendidos, ni entre simples aficionados a la geografía, cosmografía o ciencia astronómica. Pero, conocer la configuración del globo terráqueo, su distribución de tierras y mares, además de las dimensiones de océanos y continentes, se encontraba precisando la experiencia de los grandes descubridores españoles y portugueses.

Más allá de los pequeños espacios costeros, el océano se hacía impenetrable y ignorado para el hombre medieval. Leyendas y supersticiones lo habían poblado de animales fantásticos, agresivos y tenaces que protegían aquel mar tenebroso. Los reinos ibéricos de Portugal y Castilla serían los responsables de sacar a la luz los misterios del Atlántico durante el siglo XV.

La vocación marinera de Portugal nació en el momento en que las rutas comerciales entre el Mediterráneo y el mar del Norte convirtieron a este reino en escala de las flotas, y a Lisboa en un punto de encuentro. Cerrado su proceso de reconquista de territorios a los musulmanes, todos ansiaban nuevas tierras, especialmente tropicales, y nuevos mercados, como el ventajoso del norte de África. La nobleza igualmente compartía este espíritu de expansión. Búsqueda de prisioneros, oro sudanés y trigo del Magreb fueron preocupaciones comunes a soberanos, caballeros y burguesía. Igualmente contaba el interés religioso de combate contra el islam y la oportunidad de ascenso social por merecimientos de espada.

Castilla, desde el siglo XIII, vivió otro momento decisivo. Con la conquista del valle del Guadalquivir y el dominio del golfo de Cádiz, el mar cobró relevancia. En Cádiz, Sevilla y en los puertos costeros hasta la desembocadura del Tinto y el Odiel, se afincó una nutrida colonia genovesa, dedicada al comercio y conectada a sus naturales. La misma nobleza, fuerte y rica, intervino en actividades marítimas sin considerarlas deshonrosas. Los soberanos castellanos hicieron pronto suya la inquietud por el mar: protegieron la construcción naval, secundaron la producción de atarazanas y astilleros y concedieron fueros y privilegios a las ciudades del litoral. De esta manera, fue creciendo el potencial naval castellano y su utilidad, tanto en la paz como en el conflicto bélico.

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