Los artículos químicos sustraídos de plantas o animales se conocían como orgánicos, en contraste a los compuestos inorgánicos ocasionados de otras fuentes; se creía que los primeros apenas podían ser producidos por los organismos vivos, de ahí su nombre. En 1828, sin embargo, el químico germánico Friedrich Wöhler calentó un compuesto inorgánico, el cianato de amonio, y consiguió hacer urea, que con precedencia apenas se había ganado recluir a partir de la orina.
Esa síntesis innovadora hizo que se pretendieran condensar otros compuestos orgánicos. Para la futura industria farmacéutica tuvo gran relevancia el hallazgo accidental, en 1856, del primer colorante sintético, la ‘malva’. Este hallazgo del joven estudiante británico de química William Henry Perkin incitó a diversos fabricantes de Alemania y Suiza a realizar nuevos colores sintéticos, con lo que se ampliaron los conocimientos sobre la nueva química.
Los colorantes o tintes sintéticos tuvieron un impacto grande en los progresos médicos. Aumentaron considerablemente la variedad de artículos biológicos de tinción, con lo que aceleraron el progreso de la bacteriología y la histología. La búsqueda de nuevos colores estimuló el estudio de la química orgánica, lo que a su vez fomentó la pesquisa de nuevas medicinas. El primer fármaco sintético fue la acetofenidina, comercializada en 1885 como analgésico por la compañía Bayer de Leverkusen (Alemania) bajo la marca Phenacetin. El paracetamol empleado hoy como analgésico se derivó seguidamente de aquel compuesto.
El segundo fármaco sintético importante, comercializado en 1897, fue el ácido acetilsalicílico, desarrollado por el doctor Felix Hoffmann en los laboratorios de pesquisa de Bayer. Este fármaco se vendió en la totalidad del mundo con el nombre comercial de aspirina, propiedad de Bayer, y significó un tratamiento nuevo y eficaz para los dolores reumáticos. A partir de estos primeros comienzos, Bayer creció hasta transformarse en la gigantesca compañía IG Farbenindustrie.
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