Primeros fármacos antiinfecciosos

El primer fármaco que curó una afección infecciosa que provocaba una gran mortandad fue la ‘bala mágica’ del bacteriólogo germánico Paul Ehrlich. Convencido de que el arsénico era clave para curar la sífilis, una afección venérea, Ehrlich sintetizó cientos de compuestos orgánicos del arsénico. Después inyectó estos compuestos en ratones anticipadamente infectados con el organismo causante de la afección, la Treponema pallidum. Algunos de los 605 compuestos probados exhibieron algunos indicios prometedores, sin embargo morían demasiados ratones. En 1910, fabricó y probó el compuesto número 606, la arsfenamina, que restablecía completamente a los ratones infectados.

Ehrlich se enfrentó así pues al conflicto de hacer su compuesto en grandes cuantías, preparado de forma adecuada para su aplicación, así como para su distribución. Buscó la ayuda de la compañía química Hoechst AG, de Frankfurt (Alemania). La compañía comercializó la sustancia en ampollas de vidrio con una dosis única de arsfenamina en polvo, que debía desintegrarse en agua esterilizada antes de ser inyectada. El fármaco, exportado a la totalidad del mundo, recibió el nombre comercial de salvarsán. Este proceso de hallazgo, producción comercial y distribución sigue siendo tradicional de la industria farmacéutica.

En 1916 los científicos de Bayer idearon un fármaco eficaz para procurar una afección tropical, la tripanosomiasis o afección del anhelo. Este mal, que afecta a los seres humanos y al ganado, es generado por microorganismos denominados tripanosomas, transportados por la mosca tsetsé. La Primera Guerra Mundial interrumpió los suministros de artículos químicos alemanes (e igualmente suizos) a Gran Bretaña y Estados Unidos, lo que estimuló las actividades de pesquisa y desarrollo en esos países.

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