La industria farmacéutica apareció a partir de una serie de actividades múltiples conectadas con la elaboración de sustancias empleadas en medicina. A comienzos del siglo XIX, los boticarios, químicos o los propietarios de herbolarios recogían partes secas de múltiples plantas, reunidas localmente o en otros continentes. Estas últimas se compraban a los especieros, que básicamente importaban especias, sin embargo como negocio secundario igualmente comerciaban con artículos empleados con fines medicinales, entre ellos el opio de Persia o la ipecacuana y la corteza de quina de América Latina. Los artículos químicos sencillos y los minerales se adquirían a comerciantes de aceites, gomas y encurtidos.
Los boticarios y químicos fabricaban diversos preparados con estas sustancias, como extractos, tinturas, mezclas, lociones, pomadas o píldoras. Algunos profesionales confeccionaban mayor cuantía de preparados de la que precisaban para su propio uso y los vendían cuantiosamente a sus colegas.
Algunas medicinas, como las confeccionadas a partir de la quina, de la belladona, de la digital, del cornezuelo del centeno (Claviceps purpurea) o del opio (látex seco de la adormidera Papaver somniferum), eran en realidad útiles, sin embargo su actividad presentaba alteraciones considerables. En 1820, el químico francés Joseph Pelleterier preparó el alcaloide activo de la corteza de quina y lo llamó quinina. Posteriormente a ese resultado aisló varios alcaloides más, entre ellos la atropina (elaborada a partir de la belladona) o la estricnina (elaborada a partir de la nuez vómica).
Su trabajo y el de otros entendidos hizo posible normalizar varias medicinas y extraer de forma comercial sus principios activos. Una de las iniciales compañías que extrajo alcaloides puros en cuantías comerciales fue la farmacia de T.H. Smith Ltd. en Edimburgo, Escocia. Pronto los detalles de las pruebas químicas fueron divulgados en las farmacopeas, lo que forzó a los creadores a establecer sus propios laboratorios.
— 133 visualizaciones.