El cine sonoro en los países escandinavos

Con la introducción del sonido, la producción cinematográfica se volcó en los parcialmente boyantes mercados nacionales. En Suecia, la artista Ingrid Bergman se hizo famosa en la cinta de Gustaf Molander Intermezzo (1936); en Dinamarca, Palladium produjo una serie de comedias musicales muy conocidos protagonizadas por Marguerite Viby. Las restricciones a la importación durante la Segunda Guerra Mundial estimularon las manufacturas nacionales, que se concentraron en cintas de entretenimiento y en la producción de documentales. La vuelta de Alf Sjöberg a la producción sueca marcó sin embargo el revivir de un cine en que el trabajo de Ingmar Bergman iniciaba a filtrar las inquietudes de una país que había permanecido neutral durante el conflicto bélico. En la posguerra danesa, la producción ineludiblemente conmemoraba una visión heroica de la resistencia local, aunque alguna cinta, como Vuestra libertad está en juego (1946, de Theodor Christensen) fuera muy crítica con el conducta de los políticos durante la ocupación germánica. Carl Theodor Dreyer fue el más grande cineasta danés, independiente a ultranza y sólo congruente consigo mismo, desarrolló una obra plagada de cintas magistrales, entre las que destacan Ordet (La palabra, 1955) y Gertrud (1964). En Finlandia, la producción nacional se encontraba representada por las cintas de Nyrki Tapiovaara y Edvin Liane, mientras que en Noruega el más destacado sería Tancred Ibsen.

El cine más popular durante la década de 1950 continuaría teniendo un tono de evasión, al que continuó, en la década de 1960, una nueva descendencia de cineastas, influidos por la francesa nouvelle vague, que llevarían el cambio al cine escandinavo. Directores como Palle Kjaerulff-Schmidt procurar de esclarecieron una mayor aptitud de improvisación en Weekend (1962), mientras Hennning Carlsen y Theodor Christensen dio un nuevo pacto político a su obra. Una descendencia de cineastas, empleando los cambios en la financiación y la producción de escuelas de cine en Suecia y Dinamarca, contribuyó nueva energía a la producción. En Suecia, Bo Widerberg, Vilgot Sjöman, Jan Troell y Jonas Cornell consiguieron fama internacional, mientras en Finlandia y Noruega, Risto Jarva, Mikko Niskanen, Jörn Donner y Anja Breien conseguían este reconocimiento. La obra de Troell Los emigrantes (1971) y La nueva tierra (1972) harían de Liv Ullmann una estrella internacional.

A pesar de que en la década de 1980 hubo un enfoque más pragmático de la financiación, las coproducciones escandinavas mantuvieron su presencia internacional a través de la obra del ruso Andréi Tarkovski (Sacrificio, 1986), Gabriel Axel (El festín de Babette, 1987), Oscar de Hollywood a la mejor cinta de habla no inglesa, o Bille August (Pelle, el conquistador, 1987) que igualmente recibió un Oscar de la Academia americano.

En 1996 se dio a conocer en la totalidad del mundo con el melodrama Rompiendo las olas (1995) el desarrollador danés Lars von Trier, una de las figuras más conocidas de la moderna cinematografía escandinava. Esta cinta significó el comienzo del movimiento Dogma, denominación que comprende a una serie de autores daneses, entre ellos Thomas Vinterberg, Søren Kragh-Jacobsen, Kristian Levring y el propio Trier, unidos por el anhelo de hacer un cine sin artificios estéticos desarrollado casi únicamente en plano secuencia. Esta forma de rodar parte el trabajo de los intérpretes, que no se ven sometidos a los continuos cortes del plano-contraplano.

Este movimiento recibió pronto copiosos seguidores en la totalidad del mundo y su influencia en otras cinematografías se revela en films como Era outra vez (2000), del español Juan Pinzás, o Fuckland (2000), del director argentino José Luis Marques.

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