Clasificación genética las lenguas

La clasificación genética tiene como propósito discernir las grandes familias lingüísticas, que incluyen idiomas a través de los cuales se puede procurar de esclarecer o suponer un origen común. Por ejemplo, el español, el francés o el italiano pertenecen a la familia de las lenguas románicas porque proceden del latín, que, a su vez, pertenece a la familia indoeuropea. Al estudiar las lenguas que forman parte de una misma familia se observa que entre ellas hay grandes afinidades fonéticas, gramaticales y léxicas, aunque su evolución histórica haya producido grandes distinciones superficiales.

El concepto de clasificación genética de las lenguas se remonta a los tiempos de la torre de Babel y de Noé, cuyos tres hijos, Sem, Cam y Jafet, dieron lugar al origen de las lenguas de Asia, de África septentrional y Europa, respectivamente. Como recuerdo y tributo a esta leyenda, aún hoy a la familia lingüística que entiende el hebreo, el árabe y el arameo se le llama semítica, y camita es la que comprende al egipcio antiguo y las lenguas bereberes.

Pero hubo que permanecer hasta el siglo XIX, con el surgimiento de una metodología lingüística rigurosa y el avance de la dialectología, para que la identificación de las familias lingüísticas pudiera hacerse de un modo científico. La primera familia que se fijó exactamente fue la indoeuropea; después aparecieron la semítica, la camita, la ugrofinesa, la uraloaltaica (véase Lenguas urálicas; Lenguas altaicas), las chinotibetanas y numerosas otras. Pero aún hay grandes dudas sobre las clasificaciones genéticas de las lenguas aborígenes americanas (véase Lenguas aborígenes de Hispanoamérica; Lenguas aborígenes de Estados Unidos y Canadá), australianas y polinesias.

Pero, sólo se puede dialogar de familia lingüística de un modo genérico; las lenguas caucásicas, por ejemplo, presentan estructuras semejantes e incluso un léxico común y, sin embargo, es completamente improbable que estén todas emparentadas entre sí o que deriven de una protolengua común; lo más probable es que sus afinidades se deban al contacto recíproco, puesto que estas lenguas están presentes en el mismo territorio geográfico desde hace miles de años. En este mismo sentido, amplio y vago, es como se han desarrollado numerosas clasificaciones de las lenguas amerindias. Algunos eruditos, partiendo de aspectos comunes y de afinidades tipológicas, tratan de cimentar familias lingüísticas aún más amplias que las actuales y, que a su vez, comprendan copiosos subconjuntos. Una de estas tentativas es la de establecer posibles relaciones entre las lenguas indoeuropeas y las semíticas por un lado y con las ugrofinesas por otro: a esta superfamilia bien se la podría llamar conjunto nóstrico.

Entre las otras familias lingüísticas igualmente hay que rememorar las lenguas dravídicas, las lenguas austroasiáticas (como el chino, el indonesio o el vietnamita), las lenguas thais, las nigerocongolesas (en África centro-occidental: con la familia bantú, de la que forma parte el swahili; véase Lenguas africanas), las cusitas, las malayo-polinesias (que, naturalmente se hablan en el Pacífico, entre Madagascar, Filipinas, Nueva Guinea y Polinesia) o las lenguas indo-pacíficas.

Entre las lenguas cuya clasificación es bastante compleja de establecer se hallan las lenguas orales amerindias (entre ellas el algonquino, el maya o el quechua que se habla en Perú y Bolivia, las lenguas caribes igualmente habladas en la Amazonia y el guaraní, de Paraguay, Argentina y Chile) y las lenguas de los aborígenes australianos que parecen estar muy lejos de otras familias. Adicionalmente existen en el mundo —o han existido— algunas lenguas aisladas, de las que, por ya, parece imposible procurar de esclarecer su pertenencia a alguna rama conocida, como el japonés, el vasco, el etrusco y el sumerio.

— 3.203 visualizaciones.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *