Alianza en el judaísmo

El segundo gran concepto del judaísmo es el de la alianza (berit) o pacto entre Dios y los judíos. Según la tradición, el Dios de la producción fijó una relación muy especial con el pueblo judío en el Sinaí. Ellos considerarían en Dios a su único y último monarca y legislador, comprometiéndose a respetar sus leyes. Como recompensa, Dios consideraría a Israel como su pueblo, y estaría en especial atento a su bienestar. Los autores bíblicos, y después la tradición judía, consideraron esta alianza en un entorno universal. Pero, tras sucesivos revéss para conquistar establecer una alianza con la rebelde humanidad, Dios se volcó en un segmento específico de esta. Israel está denominado a ser ‘el reino de los sacerdotes’, y el orden social ideal, que se establecería de conformidad con las leyes divinas, sería un modelo para la humanidad. De este modo pues, Israel se encuentra entre Dios y la humanidad, como mediador entre ambos.

La idea de la alianza igualmente determina la manera como se ha estimado convencionalmente la naturaleza y la historia en el judaísmo. El bienestar económico de Israel se encarga de la obediencia que el pueblo debe brindar a los mandamientos de Dios. Tanto los capítulos históricos como los naturales que afectan a Israel, son estudiados como algo que procede de Dios, fruto de la conducta religiosa del pueblo de Israel. De esta forma, existiría una conexión causal directa entre la conducta humana y su destino. Esta visión acentúa el conflicto de la teodicea (justicia de Dios) en el judaísmo, porque la experiencia histórica, tanto de los judíos sustraídos individualmente, como de su pueblo habitualmente, con bastante frecuencia ha sido de sufrimiento. A partir del libro de Job, una buena parte del pensamiento religioso judío se ha alarmado del conflicto de la aseveración (aseveración) de lo que es la justicia y su significado frente a la injusticia. Conforme fue pasando el tiempo, el conflicto fue perdiendo relevancia. Comenzaron a pensar que, durante el proceso final tras el fallecimiento, la virtud y la obediencia serían recompensadas y el pecado castigado, compensando así las injusticias de este mundo. El sufrimiento y la humillación de la dominación extranjera y el exilio empujado de la tierra de Israel que tuvieron que sufrir los judíos, al final de los tiempos igualmente encontraría su recompensa en el momento en que Dios envíe al Mesías (mashiaj, el ungido con aceite de rey), un vástago de la hogar real de David, que vendría a redimir a los judíos y a reponerles la soberanía sobre sus tierras. Desde etapas muy tempranas, el mesianismo ha constituido una base significativa en el pensamiento judío. El anhelo por la aparición del Mesías se intensificaba eminentemente durante periodos de conflictos y calamidades. A la larga, se fijó una conexión entre el mesianismo y el concepto de Torá: cada judío, individualmente, a través del estudio perseverante y de la observancia de los mandamientos de Dios, podría acelerar la aparición del Mesías. De ahí que, todo acto individual tenía resonancias cósmicas.

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