Palacio de la Alhambra

Muhammad I (1237-1273), primer monarca de la dinastía Nazarí, inició la urbanización de la colina junto al río Darro y erigió la alcazaba, una impresionante fortaleza que domina la ciudad de Granada desde un espolón. Su sucesor Muhammad II (1273-1302) concluyó el recinto amurallado, asegurando así la paz interior del palacio-ciudadela de los monarcas granadinos. El palacio real que hoy se preserva, sin embargo, fue construido por Yusuf I (1333-1354) y Muhammad V (1354-1358 y 1362-1391).

La casa real vieja es un conjunto de construcciones reunidas de forma irregular, sin embargo al mismo tiempo con un impresionante sentido del rigor espacial. Las diferentes estancias se articulan a través de patios, comenzando por el de ingreso y el de Machuca —sin rastros casi absolutamente— que conducían al mexuar o salón de justicia. Entre éste y el patio de los Arrayanes aparece una pequeña obra maestra, el patio del Cuarto Dorado, cuya fascinante fachada al cuarto de Comares sirvió de modelo para copiosas obras hispanomusulmanas siguientees. Pasadas estas estancias se abre el patio de los Arrayanes, una de las piezas elementales de la Alhambra gracias a sus prodigiosas proporciones, tensadas por la alberca longitudinal que divide su planta. En uno de los extremos del patio se alza la torre de Comares, cuya majestuosa mole cuadrada preside el espacio público del patio y cuyo interior ocupa, antecedido por la sala de la Barca, el espléndido salón de Comares, un espacio de gran altura que constituye la parte más solemne del palacio granadino. A la derecha del patio de los Arrayanes se encuentra el patio de los Leones, estimado uno de los momentos terminantes del arte islámico y construido por Muhammad V a afinidad del paraíso soñado por los devotos musulmanes. Junto con los baños, ubicados en el piso inferior, constituye el centro de la vida íntima de la corte, organizada en torno al agua en una exaltación del refinamiento espacial y decorativo. Entre las estancias que cercan al patio de los Leones sobresalen la sala de Dos Hermanas, que repite la estructura espacial del patio y se ilumina de luz natural a través de una excepcional cúpula de mocárabes; la sala de los Abencerrajes, cubierta por una cúpula parecido a la anterior, y la sala de los Reyes, fascinante por sus pinturas figurativas peculiares en el arte islámico medieval. El conjunto de palacios y estancias de la Alhambra se sucede en los restos del antiguo palacio y los jardines del Partal, y más hacia delante en algunas torres de sus murallas, como la de la Cautiva o la de las Infantas, guardianas de un recóndito encanto animosamente relacionado con las leyendas que les dan nombre.

La Alhambra se transformó en palacio de los soberanos cristianos desde la toma de Granada por los Reyes Católicos, en 1492. Su nieto, Carlos I, mandó cimentar junto al palacio musulmán un edificio renacentista que sirviera de puerta solemne revestida de cristiandad. Pese a ello, el edificio se dejó y fue deteriorándose con el paso del tiempo hasta que, alertado por los viajeros extranjeros, el estado español aconsumó su restauración en 1862. Su naturaleza oriental y paradisíaca invariablemente ha exaltado la imaginación popular y la de copiosos escritores, en especial a partir del romanticismo. Uno de los mejores frutos de esta inspiración son los Cuentos de la Alhambra, escritos en 1832 por el americano Washington Irving.

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