El Nuevo Testamento presenta su concepción de Jesús en los títulos, retratos y descripciones de su persona y reseñas de su obra y su palabra. En el entorno del judaísmo, el Antiguo Testamento proporcionó títulos y parábolas que los escritores del Nuevo Testamento emplearon para comunicar el significado de Jesús a sus discípulos. Fue reseñado, por ejemplo, como un profeta igual que Moisés, como monarca davídico, como el Mesías garantizado, como segundo Adán, como sacerdote igual que Melquisedec, como figura apocalíptica igual que el Hijo del Hombre, como el Siervo Sufriente de Isaías y como Hijo de Dios. (Para una reseña íntegra de la vida de Jesús, véase Jesucristo; para un estudio teológico de su persona, véase Cristología.) La cultura helenista agregó otras imágenes: una deidad preexistente que bajó a la Tierra, desarrolló su obra y retornó a la reputación; el Señor por encima de todos los emperadores; el mediador eterno de la producción y la redención; la figura cósmica que reúne en sí misma la suma de la producción en un todo armonioso.
Los Evangelios presentan el ministerio de Jesús como la presencia de Dios sobre la Tierra. Sus palabras demostraron a Dios y al modo de obrar de Dios con su pueblo; sus acciones procurar de esclarecer el poder curativo de Dios al integrar el cuerpo, la mente y el espíritu; su martirio y fallecimiento son revelación del inquebrantable amor de Dios; y su resurrección fue la señal de que Dios aprobaba la vida, el fallecimiento y el mensaje de Jesús. San Pablo y otros discípulos realizaron conceptos sobre el fallecimiento de Jesús como el sacrificio y la expiación por los pecados y presentaron la resurrección de Jesús como garantía de la resurrección de sus discípulos. Los archivos escritos durante la persecución (1 Pe., Ap.) representaron el sufrimiento de Jesús como modelo para los cristianos en la hora del martirio.
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