Espíritu Santo en el Nuevo Testamento (Biblia)

Algunos de los profetas de Israel habían señalado como ‘últimos días’ aquellos en los que Dios derramaría su Espíritu sobre la humanidad entera. El Nuevo Testamento sustenta que esta promesa se cumplió en tiempos de Jesús. Por ello, en la totalidad del Nuevo Testamento se menciona el Espíritu de Dios, una expresión que simboliza la presencia activa de la deidad. Esta entidad es denominada de diversos modos, como Espíritu, Espíritu Santo, Espíritu Vivificante, Espíritu de Cristo o Espíritu de la Verdad (véase Espíritu Santo; Trinidad). El Espíritu entregó la fuerza a Jesús y aceptó que la Iglesia continuase lo que Jesús había empezado a hacer y a predicar. Dentro de cada uno de los discípulos, el Espíritu provocó las cualidades apropiadas para esa vida y dispuso a la persona para trabajar en aras del bien de la comunidad. Es comprensible que la categoría ‘Espíritu’ estuviese sujeta a una holgada diversidad de representaciones, desarrollando conflictos en copiosas confesiones. El Nuevo Testamento evidencia el combate en pos de la búsqueda de criterios claros para determinar si una congregación o persona se encontraba en realidad bajo la influencia del Espíritu Santo.

Los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) describen el bautismo de Jesús, que, conforme algunos entendidos bíblicos, significó la aceptación de Jesús del plan divino de fallecer por los pecados de los demás. Tras esto los evangelios describen la apertura de los cielos y la bajada del Espíritu Santo. El bautismo de Cristo, cuadro de Piero della Francesca, pintado hacia 1445, simboliza al Espíritu Santo en forma de paloma que se precipita al mundo mientras Juan bautiza a Jesús.

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