El Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento está formado por 27 archivos escritos entre el 50 y el 150 d.C., dedicados a cuestiones de convicciones y prácticas religiosas en las comunidades cristianas del mundo mediterráneo. A pesar de que hay quienes han indicado que en estos archivos subyacen interesantes en arameo (en especial el Evangelio de Mateo y la Epístola a los Hebreos), todos ellos aparecieron hasta nosotros en griego, quizá el idioma único en que fueron transcritos.

A lo largo de un tiempo algunos eruditos cristianos consideraron al griego del Nuevo Testamento como un género especial de idioma religioso, concebido por la providencia como el vehículo óptimo para la fe cristiana. Hoy ha quedado en evidencia, a partir de escritos extrabíblicos de la etapa, que la lengua del Nuevo Testamento es la koiné o griego común, que se utilizaba en los hogares y mercados.

Desde un punto de vista literario los archivos del Nuevo Testamento pueden clasificarse en cuatro tipos o géneros primordiales: evangelios, historia, epístolas y apocalipsis. De los cuatro, apenas los evangelios responden en apariencia a un estilo literario que tuvo su origen en la comunidad cristiana.

1. Manuscritos y crítica textual

Los manuscritos griegos del Nuevo Testamento que han acudido hasta la actualidad, completos, parciales o en fragmentos, suman unos 5.000. Pero, ninguno es autógrafo, único de su autor. Es probable que el más antiguo sea un fragmento del Evangelio de Juan, datado en torno al 120-140 d.C. Las concomitancias entre estos manuscritos son más importantes si se juzgan las distinciones cronológicas y los citados a su lugar de origen, así como los métodos y materiales de escritura. Pero, entre las divergencias se incluyen omisiones, adiciones, terminología y orden de las palabras.

Comparar, evaluar y fverter los manuscritos; estructurarlos en conjuntos afines y realizar criterios para evaluar cuál es el texto que tiene más probabilidades de corcontestarse con el que en verdad escribieron sus autores, son labores propias de los críticos. Para sus evaluaciones se sirven de miles de citas de las escrituras que aparecen en las obras de los primeros padres de la Iglesia y en una serie de antiguas traducciones de la Biblia a otros idiomas. El fruto del trabajo de los críticos textuales es una publicación del Nuevo Testamento en griego que ofrece no únicamente el que se juzga el mejor, sino que igualmente incluye notas que indican versiones divergentes en los primordiales manuscritos. Estas variantes suelen aparecer en las traducciones como notas al pie en las que se indica qué piensaban sobre el específico otras autoridades antiguas (véanse, por ejemplo, Mc. 16,9-20; Jn. 7,53-8,11; He. 8,37). Las ediciones críticas del Nuevo Testamento griego han venido apareciendo con cierta regularidad periódica a partir de la obra del erudito holandés Erasmo de Rotterdam.

2. Escritos precanónicos

Los 27 obras escritas del Nuevo Testamento no son más que una fracción de la producción literaria de las comunidades cristianas en sus primeros tres siglos. Los primordiales tipos de archivos del Nuevo Testamento (evangelios, epístolas y apocalipsis) fueron muy imitados, atribuyéndose los nombres de los apóstoles u otras figuras señeras a escritos concebidos para llenar el vacío del Nuevo Testamento (por ejemplo, sobre la infancia y juventud de Jesús) y satisfacer el apetito de más milagros, así como para asegurar revelaciones más novedosas y completas. A lo largo de esta etapa circularon hasta 50 evangelios. Muchos de estos escritos cristianos no canónicos han sido recopilados y divulgados como Apócrifos del Nuevo Testamento.

El conocimiento de la literatura de este periodo se amplió en gran medida gracias al hallazgo en 1945, de la biblioteca de un conjunto cristiano herético, los gnósticos (véase Gnosticismo), en Nag-Hammadi (Egipto). Esta recopilación, escrita en copto, ha sido traducida y divulgada. Los especialistas han prestado especial atención al Evangelio de Tomás; uno de los 12 apóstoles que quiere juntar los proverbios, 114 en total, que Jesús le comunicó en persona.

3. El canon

No existen registros claros para documentar cuáles fueron los elementos indicantes para que la Iglesia adoptase un canon oficial de las escrituras cristianas, ni tampoco de su proceso de formación. Para Jesús y sus incondicionales, la Torá, Profetas y los Hagiográficos del judaísmo eran las ‘Santas Escrituras’. Pero, la representación de estos escritos se encontraba regida por las obras, las palabras y la persona de Jesús tal y como las comprendieron sus devotos. A los apóstoles que preservaron las palabras y sucesos de Jesús y que siguieron su misión se les atribuyó una autoridad especial. Que Pablo, por ejemplo, pretendiera que sus epístolas fuesen leídas en voz alta en las iglesias e inclusive intercambiadas entre éstas (Col. 4,16; 1 Tes. 5,26 y ss.) indica que en las comunidades cristianas se se encontraban desarrollando nuevas normas sobre las convicciones y la práctica religiosa. Esta norma constaba de dos partes: el Señor (conservado en los “Evangelios”) y los Apóstoles (especialmente en las “Epístolas”).

Seguir las huellas de la historia de la evolución del canon del Nuevo Testamento tomando como guía los obras escritas aludidos o citados por los primeros padres de la Iglesia constituye un proceso inseguro, ya que es más lo que silencia que lo que declara. Al parecer, el primer intento de establecer un canon tuvo lugar en torno al 150 d.C., por obra de un cristiano herético de nombre Marción, cuya aceptable relación incluía el Evangelio de Lucas y 10 epístolas paulinas, editados con una fuerte orientación antijudía. Quizá la disconformidad a Marción fue la que dio impulso a los esfuerzos tendentes a elaborar un canon consentido de forma general.

Tal vez hacia el 200 d.C., 20 de las 27 obras escritas del Nuevo Testamento se juzgaban permitidos. Aquí y allá prevalecían preferencias locales, habiendo algunas distinciones entre las Iglesias occidental y oriental. En general, los obras escritas que durante un tiempo fueron objeto de controversia, aunque después se incluyeron en el canon, eran Santiago, Hebreos, 2 Juan, 3 Juan, 2 Pedro y Apocalipsis. Otras obras escritas que gozaron de holgada aceptación popular aunque al final acabasen eliminados, fueron Bernabé, 1 Clemente, Hermas y el Didaké; los autores de estas obras escritas suelen ser denominados padres Apostólicos.

La carta pastoral 39 que san Atanasio, obispo de Alejandría, mandó a las iglesias que se hallaban bajo su jurisdicción en el año 367, acabó con toda duda sobre los límites del canon del Nuevo Testamento. En dicha pastoral, que se conserva en una recopilación de los mensajes anuales de la Cuaresma dictados por Atanasio, relaciona como canónicos las 27 obras escritas que siguen siendo los constitutivos del Nuevo Testamento, aunque los preparó de forma diferente. Estos obras escritas del Nuevo Testamento, en su orden actual, son los cuatro Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), Hechos de los Apóstoles, Romanos, 1 Corintios, 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 Tesalonicenses, 2 Tesalonicenses, 1 Timoteo, 2 Timoteo, Tito, Filemón, Hebreos, Santiago, 1 Pedro, 2 Pedro, 1 Juan, 2 Juan, 3 Juan, Judas y Apocalipsis.

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