El canon hebreo en la Biblia

La Biblia hebrea y las versiones cristianas del Antiguo Testamento fueron canonizadas en diferentes momentos y enclaves, aunque el avance de los cánones cristianos debe comprenderse en los términos de las Escrituras judías.

En Israel, la idea de un libro sagrado data, como mínimo, del 621 a.C. A lo largo de la reforma de Josías, monarca de Judá, en el momento en que se se encontraba rehabilitando el Templo, el sumo sacerdote Jilquías demostró “el libro de la Ley” (2 Re. 22). El rollo era seguramente la parte central del actual Deuteronomio, sin embargo lo importante es la autoridad a la que se atribuyó. Más respeto se dio al texto leído por Esdras, el sacerdote y escriba hebreo, ante la comunidad a finales del siglo V a.C. (Neh. 8).

La Biblia hebrea se fue convirtiendo en Sagradas Escrituras a lo largo de tres etapas distinguidas. La secuencia se corresponde con las tres partes del canon hebreo: la Torá, los Profetas y los Hagiográficos. Sobre la base de las pruebas externas, parece incuestionable que la Torá o Ley fue aceptada como texto sagrado entre las postrimerías del exilio de Babilonia (538 a.C.) y el cisma samaritano del judaísmo, hacia el 300 a.C. Los samaritanos reconocen como Biblia apenas a la Torá.

La segunda etapa fue la canonización de Neviím (Profetas). Tal y como lo indican los encabezamientos de los obras escritas proféticos, las palabras de los profetas que habían quedado registradas comenzaron a considerarse palabra de Dios. A todos los efectos, la segunda parte del canon hebreo se concluyó a finales del siglo III a.C., no mucho antes del 200 a.C.

Entre tanto se compilaban, leían y utilizaban otras obras escritas en el culto y el estudio. Hacia la etapa en que se escribió Eclesiástico (c. 180 a.C.), se había desarrollado la idea de una Biblia tripartita. El contenido de la tercera parte, Ketuvim (Hagiográficos), se sostuvo bastante fluido en el judaísmo hasta tras la caída de Jerusalén en poder del Imperio romano, en el 70 d.C. Hacia finales del siglo I d.C., los rabinos de Palestina ya habían determinado y cerrado la lista definitiva.

En el proceso de canonización obraron tanto fuerzas positivas como negativas. Por una parte, la mayoría de las decisiones ya habían sido asumidas de facto: Torá, Profetas y la mayoría de Hagiográficos venían sirviendo como Escrituras desde hacía varios siglos. La controversia giró apenas en torno a unas pocas obras escritas de los Hagiográficos, como Eclesiastés y Cantar de los Cantares. Por la otra, se escribían y difundían otras muchas obras escritas religiosos, que aducían ser igualmente la palabra de Dios. Entre éstos se incluían los actuales apócrifos de los protestantes (algunos de ellos deuterocanónicos para los católicos y ortodoxos, y otros apócrifos igualmente para éstos), algunos de los obras escritas del Nuevo Testamento, y muchos más. En consecuencia, la determinación oficial de establecer una Biblia debe considerarse como la respuesta a un enfoque teológico: ¿conforme qué obras escritas constreñirá el judaísmo su propia doctrina y su relación con Dios?

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