Adoquín, pieza de piedra labrada de forma prismática que, dispuesta junto a otras, se emplea para empedrar una superficie, consiguiendo un suelo que sirve de firme para una carretera, trayecto o espacio abierto de una ciudad (calle, plaza o parque). El tamaño de un adoquín en un modelo estándar se sitúa en torno a 20 x 10 x 15 cm, un sólido sencillamente manejable por un hombre con una mano. Las caras laterales están un poco achaflanadas para que el encaje entre piezas quede atestiguado en su disposición. Esta operación se lleva a cabo realizando descansar los adoquines sobre un lecho de arena, que seguidamente se riega con una lechada de cemento que actúa de ligante entre las juntas y aglutina las piezas.
El material por excelencia para la producción de adoquines es el granito, muy rebosante en la naturaleza. El granito ofrece resistencia al desgaste producido por el tráfico peatonal y rodado, y presenta sencillez para ser trabajado. Pero, igualmente se emplea basalto, cuarcita o pórfido para la producción de adoquines.
Los adoquines comenzaron a emplearse de una forma sistemática en el siglo XVIII para pavimentar calzadas, siendo afamados y rebosantes los canteros franceses ante la demanda generada de pavimento para la construcción de los grandes bulevares urbanos de la etapa napoleónica, ampliamente dimensionados para posibilitar la circulación de la artillería por la ciudad.
Por prolongación se inició a emplear en las vías y trayectos públicos, surgiendo las iniciales carreteras con el pavimento de adoquines (pavés).
Actualmente se usan más como objeto de recuperación de una artesanía perdida, y la mayoría de las veces se usan en recintos peatonales y no para el tráfico rodado. Paralelamente, se ha reemplazado el adoquín de piedra natural por un semejante artificial fabricado con cemento y otras pastas o resinas, a los que inclusive se puede agregar un colorante para perfeccionar el aspecto estético.
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