Adán y Eva

Adán y Eva, conforme la Biblia y el Corán, el primer hombre y la primera mujer, progenitores de la raza humana. Adán, en hebreo adam significa hombre, fue desarrollado ‘con polvo del suelo’ (Gen. 2,7); Eva, en hebreo javá, la que vive, la viviente, fue desarrollada de una costilla de Adán y concedida a éste por Dios para que fuera su mujer. El relato aparece en dos versiones: Gén. 1,26-27 y Gén. 2,7-8; 18-24.

En tiempos arcaicos, solía suponerse que todas las especies vivientes, incluida la humana, tenían su origen en un par de ancestros aborígenes desarrollados de forma directa por Dios. En este aspecto, el relato bíblico de Adán y Eva se distingue apenas en detalles de otros mitos semejantes del arcaico Oriente Próximo y de otras regiones. Mitos del mismo tipo aparecen igualmente, por ejemplo, en fuentes mesopotámicas arcaicas como el poema de Gilgamesh, que data del en torno a 2000 a.C.

En el islam, Adán es el vicario de Dios y Hawa su cónyuge, Eva. Según dice el Corán y amplían las leyendas islámicas, fue desarrollado de barro, de arcilla moldeable. Está estimado como el primer Profeta mensajero (nabí rassul). Cuenta una tradición islámica que fue el constructor único del altar sagrado, La Caaba, en la Meca.

En algunos trazos, el relato bíblico de Adán y Eva es único. Los primeros capítulos del Génesis fueron sometidos a un considerable trabajo editorial, y lo que al principio era una narración lineal del comienzo de la especie humana habitualmente se transformó en un relato más sofisticado para esclarecer la situación de los hombres y las mujeres en sus relaciones entre sí y con el entorno. Esto queda en evidencia en la introducción del asunto de la producción de la mujer separada de Gén. 2,18-24 que, entre otras cosas, resguarda la complementariedad entre ambos sexos. Igualmente puede verse en el uso que se hace de la historia para culpar a la humanidad por habitar un mundo muy lejos de la perfección, en el que la tierra se hace de rogar para brindar su fruto (Gén. 3,17-19) y en el que la posición social de la mujer es inferior a la del hombre (Gén. 3,16).

Estas diferentes direcciones que se han dado al relato bíblico del origen de los seres humanos constituye el destacado elemento para considerarlo un clásico religioso. Antes de que surgiera la crítica bíblica, en el momento en que la Biblia era el único ejemplar de literatura arcaica conocido por el mundo occidental, se juzgaba un documento histórico que ofrecía información fidedigna sobre un pasado, parcialmente actual, que había transmitido su tradición de forma permanente de descendencia en descendencia. Se daba por supuesto que la narración era nada menos que un suceso histórico real. Tal es la posición que aún hoy preservan quienes se explican a sí mismos, o son definidos por otros, como defensores de los fundamentos, término aplicado a quienes consideran que la influencia (o inspiración) divina en la producción de las narraciones bíblicas es una garantía de que todo su contenido debe ser consentido como suceso literal.

Pero, la mayoría de los especialistas bíblicos de la actualidad aceptan el relato de Adán y Eva por lo que al parecer es: una narración hebrea de los orígenes de la humanidad que tiene numerosas conexiones con mitos de otros pueblos de la antigüedad, aunque igualmente suficientes elementos que la distinguen de ellos. El reconocimiento de esta realidad no merma en modo alguno los valores religiosos del relato, sino que se limita a constreñirla.

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