Primeras versiones del Nuevo Testamento (Biblia)

Por causa de que el Nuevo Testamento se escribió en griego, la historia de la transmisión del texto y de la determinación del canon suele pasar por alto las iniciales versiones, numerosas de las cuales son previas al texto griego más antiguo que ha venido a nuestros días.

La rápida expansión del cristianismo más allá de las regiones en las que prevalecía el griego requirió traducciones al siríaco, al latín antiguo, al copto, al gótico, al armenio, al georgiano, al etíope y al árabe. Las versiones en siríaco y latín florecieron ya en el siglo II y las traducciones al copto comenzaron a aparecer en el siglo III. Estas iniciales versiones no eran, en modo alguno, traducciones oficiales, aunque se realizaron para suplir las necesidades regionales de culto, predicación y educación. En consecuencia las traducciones quedaron ancladas en dialectos locales y frecuentemente incluían apenas partes seleccionadas del Nuevo Testamento.

A lo largo de los siglos IV y V se realizaron esfuerzos por reemplazar estas versiones regionales por traducciones más homogéneas que tuvieran una mayor aceptación. En el 382, el papa Dámaso I encargó a san Jerónimo la preparación de una Biblia en latín. Conocida con el nombre de Vulgata, reemplazó a varias escrituras en latín antiguo. En el siglo V la Pešitta siríaca sustituyó a las versiones existentes en este idioma, que a la sazón eran las más conocidas. Como suele ser el caso, con gran tardanza las antiguas versiones cedieron su lugar a las nuevas.

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