Abraham Valdelomar

Abraham Valdelomar (1888-1919), escritor peruano nacido en Ica.

Pese a la brevedad de su vida y obra, está estimado una figura muy prominente en el medio intelectual y artístico del siglo XIX, esa atmósfera (o ilusión) de era refinada y decadente que el crítico Luis Alberto Sánchez ha denominado “la belle époque peruana”. En poco tiempo, Valdelomar hizo de todo: periodismo, poesía, cuento, obra literaria en prosa, teatro, ensayo, crítica… Como lo hizo con delicadeza y entusiasmo, esa energía se comunicó a gente de su edad y aun menores, que lo vieron como un maestro capaz de guiar sus agrados e inquietudes; entre ellos, alguien de la talla de Vallejo. A pesar de que acogió la pose de dandy y snob, supo evidenciar igualmente el entorno de la aldea indigente y sus callados ritos de una manera que anuncia las búsquedas del criollismo.

Este hombre que usó el aristocrático sobrenombre de El Conde de Lemos y que gustaba sellar Val-del-omar, era en verdad un provinciano, nacido en Ica y criado en Paracas, en la costa sur del Perú. Sus contactos con el mar y el mundo campesino son experiencias que dejaron huellas en su obra literaria. Como activo periodista, retrató con elegancia la vida literaria y social de Lima en crónicas divulgadas en revistas y periódicos como Los Balnearios, El Comercio, La Prensa, La Crónica y Variedades, entre otros. En 1911, tras hacer vida de cuartel y redactar unas páginas al en relación, publicó dos ficciones breves: La ciudad de los muertos y La ciudad de los tísicos, de sabor decadente (véase Decadentismo).

Tras su ingreso en la política, recibió el requerido diplomático que lo llevó a Italia en 1913, etapa durante la cual maduró literariamente. Allí escribió su cuento más insigne “El Caballero Carmelo” que aparecería después (Lima, 1918) en el volumen de cuentos homónimo y por el cual se le considera un restaurador del género. De retorno a Perú, continuó su labor periodística y en 1916 creó la revista Colónida, identificada la mejor de su etapa en Lima, pese a durar apenas cuatro números. Ese mismo año algunas composiciones poéticas suyas florecieron en una antología colectiva titulada Las voces múltiples (Lima, 1916); el resto de su poesía apenas se conoció póstumamente. Publicó igualmente Belmonte el trágico (Lima, 1918), “ensayo de una estética futura, a través de un arte nuevo”, que él mismo alerta poco tiene que ver con la crítica taurina. En plena actividad política, sobrellevó un accidente en Ayacucho y falleció a los 31 años, dejando una obra dispersa y desigual en la que el impulso hacia la novedad está atemperado por un sabor convencional.

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