A Cristo crucificado

A Cristo crucificado, soneto anónimo, igualmente conocido como No me mueve, mi Dios, para quererte, el más divulgado de los sonetos religiosos escritos en español y que para el crítico Marcel Bataillon es «el más ilustre soneto de la literatura española».

Apareció por primera ocasión en la Vida del espíritu para conocer tener oración con Dios de Antonio de Rojas, en 1628, y después el predicador mexicano Miguel de Guevara lo incluyó en Arte doctrinal y modo general para aprender la lengua matlazinga (1638). A pesar de que es anónimo, desde su aparición críticos eruditos han atribuido esta estructura a san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Jesús, Pedro Reyes, Lope de Vega, fray Miguel de Guevara y tantos otros, sin embargo nadie ha aportado pruebas concluyentes. Incluso se discute la etapa de redacción y su origen: italiano, latino, francés, portugués. El carácter y contenido de este soneto es espiritual (véase Mística) y en él se manifiesta con gran vehemencia el amor a Cristo crucificado.

No me mueve, mi Dios, para quererte
El cielo que me tienes prometido;
Ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
Clavado en una cruz y escarnecido;
Muéveme ver tu cuerpo tan herido;
Muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
Que aunque no hubiera cielo te amara
Y aunque no hubiera infierno te temiera.

No tienes que me dar porque te quiera;
Pues aunque cuanto espero no esperara,
Lo mismo que te quiero te quisiera.

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