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Pan y circo, el modelo neoclásico de nuestros días

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En la antigua Roma, la esclavitud en las zonas rurales hizo que muchos campesinos perdieran sus empleos y migrasen. El crecimiento urbano acabó generando problemas sociales y el emperador, temeroso de que la población se sublevara por la falta de empleo y exigiera mejores condiciones de vida, crearía eventualmente la política de Panem et circus, es decir, la política de Pan y Circo.

Este método se desarrolló de manera simple: cada día tenían lugar las luchas de gladiadores en los estadios (el más famoso fue el Coliseo) y durante los eventos se distribuyeron alimentos (pan de trigo). El objetivo se logró, ya que al mismo tiempo que la población quedaba distraída y era alimentada olvidaron sus problemas y no pensaron en rebelarse. Así se hicieron muchas fiestas para mantener a la población bajo control. De esta forma, el calendario romano llegó a tener 175 días festivos por año.

Esta situación producida en la antigua Roma es muy similar a varios países actuales en crisis. En ellos, el crecimiento urbano genera y seguirá generando problemas sociales. La cantidad de comunidades crece desenfrenadamente y la condición de vida de la mayor parte de la población es difícil. Los gobiernos, tratando de mantener a la población tranquila y evitar que las masas se rebelen, crean sistemas compensatorios que se traducen en la concesión de crédito, becas, subvenciones, subsidio por desempleo y otras ventajas sociales. El motivo de ofrecer ventajas al pueblo es el mismo que los emperadores daban al ofrecer pan a los romanos. Mientras se acelera la corrupción y se produce un gran gasto de dinero público para sí mismos, distraen a la población con ciertos privilegios (o no) acerca del acceso a sanidad, enseñanza y vivienda digna.

Estos programas sociales tendrían algún sentido si fueran realizadas inversiones realmente significativas en las áreas de decadencia social, destinando todos los fondos posibles a la salud, educación y mano de obra cualificada, como cursos de formación y universidades gratuitas de calidad para los jóvenes.

Al contrario de los circos romanos, de los gladiadores luchando en el Coliseo, tenemos nuestros estadios de fútbol y sus equipos millonarios. No es extraño que muchos ajustes que afectan al futuro de la sociedad negativamente sean realizados durante eventos de este tipo, coincidiendo con la distracción del público hacia un tema lúdico temporal. Muchas personas son apasionadas por el deporte así como los romanos iban en masa con sus mejores ropas para asistir a las luchas en sus estadios particulares. El efecto político también es el mismo en ambas épocas: los problemas son olvidados y solamente pensamos en el resultado del partido y su celebración, buscando generar sentimientos positivos de euforia y optimismo por un asunto trivial.

La salida de esta dependencia es la educación. Los alumnos deberían salir de las enseñanzas medias con una profesión o con condiciones y oportunidades para ocupar un nivel superior gratuitamente, y así garantizar su futuro y el de una sociedad más eficiente y competitiva. Proporcionar educación y sanidad de calidad es un deber del Estado, es un derecho, no un privilegio. Estamos acomodados y acostumbrados a ver a estudiantes de escuelas públicas sin oportunidades de avanzar en sus estudios, y consideramos el nivel superior como un terreno para unos privilegiados (apenas el 5% de la población alcanza el nivel superior). Debemos alterar nuestros conceptos y ver que nunca es tarde para exigir derechos sociales.

Sólo con la educación, la sanidad, el trabajo y la cultura adecuada, la sociedad puede dejar de depender de donaciones y subsidios estatales y desligarse del ‘Pan y circo’, pues estos son los medios para reducir la pobreza. Se hace necesario un gobierno que no se aproveche de las carencias del pueblo para obtener crecimiento en determinadas clases sociales (y laborales), y sí que desee crecer en conjunto.

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