Cosmogonía maya

Como en el mito de los orígenes de otras culturas, entre los mayas surge el del silencio y las tinieblas originales. Nada hay y es la palabra la que dará origen al Universo. De ello se encargan los progenitores, entre los que se cuentan Gucumatz y Hurakán, el Corazón del Cielo, además de Ixpiyacoc e Ixmucané, abuelos del Alba.

La creación del ser humano atravesó varias pruebas hasta llegar a su estado definitivo. En el primer intento, la materia empleada fue el barro, “sin embargo vieron que no se encontraba bien, porque se deshacía”, no podía andar ni multiplicarse, “al principio hablaba, sin embargo no tenía entendimiento”. En la segunda prueba, los progenitores decidieron hacer muñecos de madera, que “se parecían al hombre, hablaban como el hombre”, sin embargo, aunque se multiplicaron, no tenían alma, entendimiento ni memoria de su autor, “caminaban sin curso y andaban a gatas”. Fueron derribados y sobrevino un gran diluvio. Adicionalmente de los males enviados por los dioses, igualmente se rebelaron, vengándose de ellos, los perros, las aves de corral, las piedras de moler, los utensilios domésticos. El intento definitivo de producción concluyó con los hombres de maíz, que fueron cuatro: Balam-Quitzé (Tigre sol o Tigre fuego), Balam-Acab (Tigre tierra), Mahucutah (Tigre luna) e Iqui-Balam (Tigre viento o aire). Éstos se encontraban dotados de inteligencia y buena vista, de la facultad de dialogar, andar y agarrar las cosas. Eran además buenos y bellos. El desarrollo de los seres humanos se identifica entre los mayas con el destacado cultivo y fuente de sustento, el maíz: “de maíz amarillo y de maíz blanco se hizo su carne; de masa de maíz se realizaron los brazos y las piernas del hombre. Únicamente masa de maíz entró en la carne de nuestros padres, los cuatro hombres que fueron desarrollados”.

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