Aleijadinho

Aleijadinho (1738-1814), arquitecto y escultor brasileño, fue el artista más significativo del rococó en su país. Junto con Manuel Francisco de Araujo es el destacado representante de la denominada arquitectura minera, un estilo que nació al amparo del impresionante desarrollo económico que experimentó el estado de Minas Gerais a partir del hallazgo de un filón oro en el siglo XVII.

Poco se conoce de su vida, que se desarrolló envuelta de circunstancias admiradas que lo convirtieron en un personaje casi mítico y envuelto en ciertas controversias. Nació el 9 de agosto en Vila Roca (Ouro Preto), hijo natural de un arquitecto portugués, Francisco da Costa Lisboa, y una esclava. Su verdadero nombre era Antônio Francisco Lisboa, igualmente conocido como Aleijadinho (en brasileño, ‘Lisiadito’), ya que contrajo una afección deformante y sucesiva, seguramente la lepra o la sífilis, que acabó obligándole a tener que sujetarse a los antebrazos los instrumentos para tallar la piedra.

Como arquitecto fue el destacado autor de la evolución de la escuela minera hacia una exuberancia y un dinamismo formal que la alejó de sus raíces portuguesas. Las plantas adquirieron perfiles sinuosos, los muros se curvaron y las torres cilíndricas se transformaron en una de las primordiales señas de identidad de una arquitectura regional de gran extravaganza. Entre las obras que se le atribuyen sobresale la iglesia de la Orden Tercera del Carmen (Ouro Preto), la de San Francisco de Asis en Ouro Preto, con una único disposición de las torres detrás de la fachada, y la de San Francisco de Asis en São João del Rey, correspondiente a su última etapa.

Su obra maestra como escultor se encuentra en el acceso y la escalinata del santuario del Bom Jesus de Matozinhos en Congonhas do Campo. Hablamos de un conjunto escultórico compuesto por las figuras de los doce profetas, tallados en esteatita blanda (pedra sabâo), que conforman un verdadero ‘ballet’ en piedra de inspiración barroca. Igualmente son de destacar las seis escenas de la Pasión de Cristo (1800-1805), desarrolladas en madera policromada, que flanquean el acceso al Morro do Maranhâo. En ambos casos, el ritmo y la delicadeza en la disposición de las figuras unidas a lo novedoso de la estructura hacen de este artista uno de los personajes más peculiares y geniales de la historia de la escultura.

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