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Los miedos en la infancia

Miedos infancia

A lo largo del desarrollo de la especie humana, el miedo siempre desempeñó una función muy específica: proteger al individuo de posibles peligros. Cuando el ser humano se enfrenta con una situación percibida como una amenaza, va a prepararse, desde el punto de visto psicológico y biológico, para enfrentar esa situación. El miedo tiene, por tanto, una función adaptativa y debe ser considerado, dentro de determinados límites, como útil para la supervivencia del ser humano y de la especie. Si no tuviésemos miedo seriamos el deleite depredadores más fuertes y estaríamos hoy en vías de extinción o incluso extintos.

Según las etapas del desarrollo, hay diferentes temores. De los 2 a los 6 años, los miedos más comunes son el miedo a la oscuridad, de los animales en general, de quedar solos, de seres imaginarios, de fantasmas y de monstruos. El miedo de los animales aumenta de los 2 a los 4 años, al paso que el miedo a la oscuridad y de las criaturas imaginarias aumenta de los 4 a los 6 años.

Aunque los temores que se presentan en momentos específicos y relativamente fijos del desarrollo humano, su intensidad y frecuencia pueden variar de niño a niño de acuerdo con su temperamento. Varios estudios han concluido que niños clasificados como inhibidos en términos del comportamiento mostraron mayores tasas de trastornos de ansiedad que los niños considerados desinhibidos. También los padres de estos niños, comparados con los de los niños sin inhibición conductual, presentan igualmente una historia con mayor incidencia de perturbaciones ansiosas. El desarrollo de estas perturbaciones parece estar, así, relacionado con determinadas características del ambiente familiar. Siempre que los padres controlan los hijos demasiado, limitando su autonomía y su comportamiento exploratorio, podrán contribuir para transformar miedos que, en determinados momentos, son adaptativos en ansiedad patológica.

La mejor manera de ayudar a los padres de los niños para lidiar efectivamente con el miedo es incentivarlos a enfrentarse con las situaciones que los provocan. La promoción de la autonomía y la enseñanza de la resolución de problemas, que pasa por la confrontación con situaciones amenazadoras, son también estrategias importantes y decisivas para que los miedos no asuman dimensiones patológicas.

Cuando los padres sufren de trastornos de ansiedad es importante que también estos sean objetivo de una intervención más profunda, en el sentido de poder ayudar a los hijos de una forma más eficaz. Si estos viven asustados con fantasmas y otras creencias, es natural que transmitan esta forma de afrontar la realidad a los hijos y que también desarrollen miedos exagerados.

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