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La ética cristiana

Etica cristiana
Los modelos éticos de la edad clásica fueron aplicados a las clases dominantes, en especial en Grecia. Las mismas normas no se extendieron a los no griegos, que eran llamados barbaroi (bárbaros), un término que recibió connotaciones peyorativas. En cuanto a los prisioneros, la conducta hacia los mismos puede resumirse en la calificación de ‘herramientas vivas’ que le aplicó Aristóteles. En parte debido a estas razones, y una vez que decayeron las religiones paganas, las filosofías contemporáneas no consiguieron ningún apoyo comunitario y gran parte del encanto del cristianismo se expresa por la extensión de la ciudadanía moral a todos, incluso a los prisioneros.

El advenimiento del cristianismo marcó una revolución en la ética, al meter una concepción religiosa de lo bueno en el pensamiento occidental. Según la idea cristiana una persona es dependiente por entero de Dios y es incapaz de alcanzar la bondad por medio de la intención o de la inteligencia, sino tan sólo con la ayuda de la gracia de Dios. La primera idea ética cristiana descansa en la norma de oro: ‘Lo que quieras que los hombres te hagan a ti, házselo a ellos’ (Mt. 7,12); en el mandato de amar al prójimo como a uno mismo (Lev. 19,18) e incluso a los enemigos (Mt. 5,44), y en las palabras de Jesús: ‘Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios’ (Mt. 22,21). Jesús creía que el destacado significado de la ley judía descansa en el mandamiento ‘amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo’ (Lc. 10,27).

El cristianismo primigenio realzó como virtudes el ascetismo, el martirio, la fe, la misericordia, el perdón, el amor no erótico, que los filósofos clásicos de Grecia y Roma apenas habían tomado como relevantes.

Ética de los padres de la Iglesia

Uno de los puntos fuertes de la ética cristiana fue la disconformidad al maniqueísmo, una religión de procedencia persa que mantenía que el bien y el mal (la luz y la sombra) eran fuerzas opuestas que se enfrentaba por el dominio definitivo. El maniqueísmo tuvo mucha aceptación en los siglos III y IV d.C. San Agustín, considerado como el autor de la teología cristiana, fue maniqueo en su juventud sin embargo dejó este credo más tarde de alcanzar la influencia del pensamiento de Platón. Tras su conversión al cristianismo en el 387, intentó integrar la noción platónica con el concepto cristiano de la bondad como un atributo de Dios, y el pecado como la caída de Adán, de cuya culpa una persona está redimida por la gracia de Dios. La convicción maniqueísta en el diablo persistió, sin embargo, como se puede ver en la creencia de san Agustín en la maldad intrínseca de la naturaleza humana. Esta conducta pudo evidenciar su propio sentido de culpabilidad, por los excesos que había cometido en la adolescencia y puede esclarecer el énfasis que puso la primera doctrina moral cristiana sobre la castidad y el celibato.

A lo largo de la edad media tardía, las obras aristotélicas, a los que se pudo acceder a través de los textos y representaciones preparados por estudiosos árabes, tuvieron una fuerte influencia en el pensamiento europeo. Al resaltar el conocimiento empírico en comparación con la manifestación, el aristotelismo amenazaba la autoridad intelectual de la Iglesia. El teólogo cristiano santo Tomás de Aquino consiguió, sin embargo, armonizar el aristotelismo con la autoridad católica al admitir la verdad del sentido de la experiencia sin embargo preservando que ésta completa la verdad de la fe. La gran autoridad intelectual de Aristóteles se puso así al servicio de la autoridad de la Iglesia, y la lógica aristotélica acabó por secundar los conceptos agustinos del pecado exclusivo y de la redención por medio de la gracia divina. Esta sumario representa la esencia de la mayor obra de Tomás de Aquino, Summa Theologiae (1265-1273).

Ética y penitencia

Conforme la Iglesia medieval se hizo más poderosa, se desarrolló un modelo de ética que aportaba el escarmiento para el pecado y la recompensa de la inmortalidad para premiar la virtud. Las virtudes más relevantes eran la humildad, la continencia, la benevolencia y la obediencia; la espiritualidad, o la bondad de espíritu, era imprescindible para la moral. Todas las acciones, tanto las buenas como las malas, fueron clasificadas por la Iglesia y se instauró un método de penitencia temporal como expiación de los pecados.

Las creencias éticas de la Iglesia medieval fueron reunidas en literatura en la Divina Comedia de Dante, que estaba influenciada por las filosofías de Platón, Aristóteles y santo Tomás de Aquino. En la sección de la Divina Comedia titulada ‘Infierno’, Dante clasifica el pecado bajo tres grandes epígrafes, cada uno de los cuales tenía más subdivisiones. En un orden creciente de pecado colocó los pecados de incontinencia (sensuales o emocionales), de violencia o brutalidad (de la intención), y de fraude o malicia (del intelecto). Las tres facultades del alma de Platón son repetidas así en su orden jerárquico exclusivo, y los pecados son considerados como perversiones de una u otra de las tres facultades.

Ética después de La Reforma

La influencia de las convicciones y prácticas éticas cristianas disminuyó durante el renacimiento. La Reforma protestante provocó un retorno general a los fundamentos básicos dentro de la tradición cristiana, modificándose el énfasis puesto en algunas ideas e introduciendo otras nuevas. Según Martín Lutero, la bondad de espíritu es la esencia de la piedad cristiana. Al cristiano se le reclama una conducta moral o la realización de actos buenos, sin embargo la justificación, o la salvación, viene sólo por la fe. El propio Lutero había contraído casamiento y el celibato dejó de ser imprescindible para el clero protestante.

El teólogo protestante francés y reformista religioso Juan Calvino aceptó la doctrina teológica de que la salvación se recibe sólo por la fe y se mantuvo adherida igualmente la doctrina agustina del pecado original. Los puritanos eran calvinistas y se adhirieron a la defensa que hizo Calvino de la sobriedad, la diligencia, el ahorro y la ausencia de ostentación; para ellos la observación era holgazanería y la indigencia era o bien escarmiento por el pecado o bien la evidencia de que no se estaba en gracia de Dios. Los puritanos creían que sólo los escogidos podrían alcanzar la salvación. Se identificaban a sí mismos escogidos, sin embargo no podían estar seguros de ello hasta que no hubieran recibido una señal. Creían que su estilo de vida era correcto en un ámbito ético y que ello comportaba la prosperidad mundana. La prosperidad fue aceptada pues como la señal que aguardaban. La bondad se asoció a la riqueza y la indigencia al mal. No alcanzar el éxito en la profesión de cada uno pareció ser un signo claro de que la aprobación de Dios había sido negada. La conducta que una vez se pensó llevaría a la santidad, llevó a los descendientes de los puritanos a la riqueza material.

En general, durante la Reforma la responsabilidad individual se consideró más relevante que la obediencia a la autoridad o a la tradición. Este cambio, que de una forma indirecta provocó el desarrollo de la ética secular moderna, se puede apreciar en De iure belli et pacis (La ley del conflicto bélico y la paz, 1625) producido por el jurista, teólogo y estadista holandés Hugo Grocio. A pesar de que esta obra apoya algunas de las doctrinas de santo Tomás de Aquino, se ocupa más de obligaciones políticas y civiles de la gente dentro del espíritu de la ley romana clásica. Grocio aseguraba que la ley natural es parte de la ley divina y se funda en la naturaleza humana, que muestra un anhelo por conseguir la asociación pacífica con los demás y una tendencia a continuar los fundamentos generales en la conducta. Por ello, la sociedad está inspirada de un modo armónico en la ley natural.

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