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tiovivo

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Llamamos hoy así al carrusel de caballitos o a las atracciones de carricoches giratorios que van de feria en feria. Y todo se debe a don Esteban Fernández, propietario de una de estas atracciones, fallecido en Madrid el 17 de julio de 1834. Cuentan que cuando lo llevaban al cementerio, ante el asombro y el susto del cortejo funebre, el cadáver de don Esteban, que en realidad habia sufrido un ataque cataléptico, levantó la tapa del ataud, tiró al suelo el sudario y echó a correr gritando iexcl;Vivo! iexcl;Estoy vivo!. El episodio le valió al resucitado el apodo de Tio Vivo. La gente, enterada del prodigio, acudia en masa a los caballitos del Tio Vivo para ver de cerca al protagonista, lo que le supuso considerables ganancias. El apodo pasó después a sus descendientes y, andando el tiempo, se convirtió en el nombre del propio artilugio.

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