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Esta letra se origina en un simbolo jeroglifico egipcio: una sencilla linea ondulada con la que se representaba el mar. No deja de ser curioso que la m sea, precisamente, la letra inicial de la palabra mar. Los fenicios adoptaron este signo y lo llamaron mem, ‘agua’, pero, tal vez para ahorrar espacio a la hora de escribir, lo transformaron en vertical. Las variantes vertical y horizontal convivieron en griego, en etrusco y, durante un tiempo, en latin. Fue en el siglo III cuando los romanos se decantaron por la variante horizontal, a la que en la época del emperador Augusto (63 a. C.-14 d. C.) le dieron la forma que conocemos hoy.
La m, la agrave; b y la agrave; p son las primeras consonantes que comienzan a pronunciar los bebés: mamá y papá (agrave; memo), tal vez porque, al articularse con los labios, los niños, aparte de pronunciarlo con facilidad, pueden ver como se realiza el sonido.
En latin existia la -m final, de hecho era la desinencia propia del acusativo, pero nuestra lengua rápidamente la rechazo, y así todas las palabras latinas del español proceden del acusativo, ya sin -m. Los latinismos que perviven, como memorándum, referéndum, curriculum y agrave; álbum tienden a pronunciarse con -n final. En los tres primeros casos, la Real Academia admite, aunque prefiere las formas anteriormente citadas, memorando, referendo y curriculo, con sus plurales memorandos, referendos y curriculos. El plural de memorándum, referéndum y curriculum es el propio de los neutros latinos: memoranda, referenda y curricula. En el caso de álbum, el uso ha acabado por imponer álbumes.
Como curiosidad, podemos señalar que Quintiliano (42-120), el gran retorico hispanolatino, nacido en Calahorra, para más señas, la llamó letra mugiente, por coincidir su sonido con la onomatopeya del mugido de la vaca.

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