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Dinastías del Imperio Romano

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Tabla de los emperadores romanos © Arteydibujo.com; Manuel Martín

El período de la historia romana conocido como Imperio Romano se inició con la llegada de Octavio al poder, en el 27 a.C., extendiéndose hasta el 476 d.C. Ese periodo es dividido en dos etapas, entre el Alto Imperio (27 a.C. – 235 d.C.) y el Bajo Imperio (235 d.C – 476 d.C.). Las dinastías del Imperio Romano surgieron en esa primera etapa.

En el Alto Imperio las instituciones romanas alcanzaron su apogeo, con el modo de producción esclavista en pleno desarrollo, conociendo todavía un periodo de relativa estabilidad política (con algunos momentos de crisis), además de conseguir aproximar a las élites de las provincias de las que estaban en el centro del Imperio, principalmente a través de la representación en el Senado.

Durante el Alto Imperio, cuatro dinastías siguieron en el poder: la Julio-claudiana, que permaneció entre el 14 y el 68; la dinastía Flavia, en el poder entre el 68 y el 96; la de los Antoninos, que gobernó entre el 96 y el 192; y la última, la de los Severos, que estuvo al frente del Imperio entre el 193 y el 235.

Ahora vamos a conocer algunas características de las dinastías y algunos de sus emperadores.

La dinastía de Julio-claudiana, que sucedió a Octavio, fue marcada por disputas por el poder y también por algunas acciones consideradas inmorales, tanto en el ámbito personal como en el administrativo. A pesar de no colocar en peligro el Imperio, inició su proceso de desestructuración, principalmente debido al debilitamiento de la esclavitud y el surgimiento de conflictos políticos intensos.

El emperador Tiberio Claudio (gobierno 14-37), a pesar de haber sido buen administrador, cayó en insatisfacción popular por haber asesinado a un popular general, siendo, él mismo, exiliado en la isla de Capri, en el mar Tirreno.

Calígula (gobierno 37-41) ocupó el puesto de emperador después de la muerte de Tiberio. Su gobierno estuvo marcado por prácticas consideradas inmorales y también por su despotismo, llegando a designar a su caballo Incitatus como un cónsul romano. Fue asesinado por la guardia pretoriana, formada por soldados que debían protegerle.

También contamos con el nombre de Nerón (54-68) como un punto culminante de esta dinastía. Emperador muy joven, con sólo 17 años, Nerón a lo largo de su gobierno pasó a perseguir a los cristianos. Eso porque no aceptaban adorarlo como a una divinidad. Indicios históricos señalan que él habría incendiado la ciudad de Roma e incriminado a los cristianos por la destrucción. Ordenó asesinar a su propia madre, esposas y a su medio hermano. Su mandato terminó cuando él pidió que uno de sus esclavos lo matase.

Entre los emperadores de la dinastía de los Flavios, destacaron los nombres de Vespasiano (gobierno 69-79) y Tito (gobierno 79-81). Vespasiano utilizó un gran número de trabajadores en la construcción de grandes obras, como calles y el Coliseo. Además, ordenó la represión contra los judíos en Palestina, lo que resultaría en la destrucción de Jerusalén y de su templo. Vespasiano fue sucedido por Tito, que, durante su reinado, asistió a un incendio y una peste en Roma, además de la erupción del volcán Vesubio, que enterró las ciudades de Pompeya y Herculano.

Con la dinastía de los Antoninos, hubo nuevamente en Roma estabilidad y prosperidad para las clases dominantes. Trajano (gobierno 98-117) consiguió aumentar la recaudación de impuestos con el combate a la evasión fiscal y estimuló la agricultura. Embelleció la ciudad de Roma, principalmente con la construcción del Foro romano. Realizó campañas militares que llevaron al Imperio a tener las mayores dimensiones de sus fronteras. Con Marco Aurelio (161-180) hubo en Roma un significativo incentivo a la cultura, tratando de restaurar algunos principios republicanos. Él tuvo que enfrentar a los pueblos germánicos que habitaban las fronteras romanas próximas al río Danubio.

La dinastía de los Severos no consiguió contener la decadencia del Imperio Romano, principalmente por la extenuante presión de los pueblos extranjeros – llamados bárbaros –, las grandes crisis y el fin de las conquistas territoriales. Entre los Severos, sobresale la figura de Caracalla (gobierno 211-218), que promulgó el Edicto de Caracalla, en el 212, extendiendo la ciudadanía de Roma a todos los habitantes libres del Imperio. Esa mediad llevó a la imposibilidad de los habitantes de las provincias a ser esclavizados, contribuyendo al debilitamiento de Roma, cuya economía se basaba en la esclavitud.

Después de los Severos, comenzó la etapa del Bajo Imperio, que representó el declive del imperio hasta su final en el 476.

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