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Comportamiento animal

Comportamiento animal
Conducta animal, modo de actuación de los diferentes tipos de animales, tema que ha labrado un enorme interés en los pensadores desde los tiempos de Platón y Aristóteles. Es específicamente enigmática la habilidad de algunas criaturas simples para realizar labores complejas: tejer una telaraña, fabricar un nido, cantar una canción, encontrar refugio o capturar a su presa; todo ello en el momento apropiado y con escaso o nulo aprendizaje previo. Tales conductas se han estudiado desde dos perspectivas bastante diferentes, casi opuestas en sus enfoques, que exponemos a continuación: o bien los animales aprenden todo lo que hacen (enfoque conductista, realizando hincapié en el aprendizaje), o bien saben instintivamente cómo hacerlo (enfoque etológico, que recalca el papel de la herencia). Ninguno de estos enfoques consigue dar una razón completamente conveniente.

Conductismo (comportamiento aprendido)

Hasta hace parcialmente poco tiempo, la escuela dominante en la razón de la conducta (animal y humana) ha sido el conductismo, cuyas figuras más conocidas fueron J. B. Watson y B. F. Skinner. Los defensores más radicales de esta corriente, como el propio Watson, sostenían que toda conducta, incluida la de respirar o la circulación de la sangre, es aprendida; asimismo, creían que los animales surgen como una tabla rasa (página en blanco) sobre la que el azar y las experiencias van escribiendo sus mensajes. A través del condicionamiento, se va configurando el proceder animal. Los conductistas definen dos tipos de condicionamiento: clásico y operante (o instrumental).

A finales del siglo XIX, el fisiólogo ruso Iván Pávlov demostró el condicionamiento clásico mientras estudiaba los procesos de la digestión. Comprobó que los perros salivaban automáticamente con el olor de la comida, dando una respuesta incondicionada a un estímulo incondicionado, para utilizar su terminología. Los conductistas consideraban la salivación como un reflejo simple, semejante al reflejo patelar, que es el movimiento inmediato que realiza la pierna en el momento en que se le da a la rótula un pequeño golpe. Si sonaba una campana en el momento de exhibir la comida al animal, éste estímulo iniciaba lentamente la asociación del estímulo, en comienzo irrelevante, con la comida. Al cabo de un cierto tiempo, el sonido exclusivo de la campana, sin exhibir la comida al animal, provocaba la salivación; se había transformado en un estímulo condicionado capaz de hacer una respuesta que él denominaba condicionada. El perro había aprendido a asociar cierto elemento anteriormente sin significado con la comida.

La segunda categoría, el condicionamiento operante (o instrumental), trabaja con el principio del premio y el castigo (refuerzo positivo y negativo, en su terminología). Una rata, por ejemplo, es adiestrada para pulsar una palanca en el momento en que desea conseguir comida: al comienzo es premiada por llegar al extremo correcto del laberinto donde se la encierra; más tarde sólo es premiada en el momento en que se acerca a la palanca; a continuación en el momento en que la acciona, y así hasta que su conducta se adapta a la conducta deseada. Los conductistas consideran que este tipo de aprendizaje por ensayo-error, compaginado con el condicionamiento clásico asociativo de Pávlov, van entrelazando una serie de reflejos y respuestas simples, configurando cadenas complejas de respuestas, dependiendo de los estímulos que el medio natural ofrezca. Para los conductistas radicales, por consiguiente, los animales son aptos de aprender todas las pautas de proceder que precisan para adaptarse al medio (a partir de refuerzos positivos, evitando los negativos).

La etología (comportamiento innato)

Por el contrario, la etología, disciplina desarrollada prioritariamente en Europa, sustenta que la conducta animal es innata (instintiva). Una especie de avispa excavadora encuentra y captura únicamente abejas de miel. Sin ninguna experiencia previa, la avispa hembra de esta especie excava un complejo túnel hasta encontrar a la abeja, la paraliza con un necesario aguijonazo en el cuello, regresa a su guarida y, en el momento en que tiene suficientes abejas, pone un huevo en una de ellas y sella la cámara.

Según los etólogos, el proceder tan especializado de esta avispa está dirigido por una programación dada en sus genes desde el momento de su concepción. Este fenómeno se da de modo parecido en otras especies animales, en las que pueden observarse patrones fijos de acción semejantes a los de la avispa. En sus posiciones radicales, los defensores de este enfoque mantienen que las conductas tardías en la vida de los animales podrían no ser fruto del aprendizaje, sino de la maduración del individuo, como sucede, por ejemplo, con el vuelo de las aves, que no depende de ningún aprendizaje, sin embargo se retrasa hasta que el polluelo tiene energía suficiente, o con la impronta o troquelado, un tipo de memorización automática.

Los tres premios Nobel autores de la etología, el austriaco Konrad Lorenz, el holandés Nikolaas Tinbergen y el alemán Karl von Frisch indicaron cuatro mecanismos básicos con los que la programación genética ayuda directamente a la supervivencia y adaptación de los animales: los estímulos señal (además llamados estímulo signo, clave, liberador o desencadenante), las pautas fijas de acción (o patrones fijos de conducta), los impulsos y el aprendizaje pre-programado (que incluye la impronta).

El zoólogo holandés Nikolaas Tinbergen obtuvo el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1973. Tinbergen fue galardonado por sus estudios sobre los patrones de conductas individuales y sociales en distintos grupos de animales.

A su vez, el zoólogo austriaco Konrad Lorenz recibió en 1973 el Premio Nobel de Fisiología y Medicina. Uno de los autores de la ciencia del comportamiento animal, Lorenz sugirió la suposición de que muchas tendencias animales y humanas se basan en pautas genéticas latentes y son desencadenadas por sucesos del medio ambiente.

El zoólogo austriaco Karl von Frisch recibió el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1973. Realizó una serie de proyectos pioneros sobre la conducta animal.

Estímulos desencadenantes (releasers)

Los estímulos desencadenantes son señales toscas, incompletas, que permiten a los animales reconocer objetos e individuos relevantes para su supervivencia en el momento en que se los encuentran por primera vez, sin experiencia previa de aprendizaje con ellos. Las crías de gaviota arenquera, por ejemplo, saben desde el comienzo a quién conducir sus llamadas de súplica y sus picoteos para ser alimentadas. Un adulto que regresa al nido con comida, inclina su pico hacia abajo y lo balancea de manera horizontal frente al polluelo, que a continuación picotea en la mancha roja de la punta, provocando que su progenitor regurgite la comida. El polluelo reconoce a su progenitor únicamente por el estímulo desencadenante de la línea vertical del pico y su mancha roja moviéndose de manera horizontal. Un pico falso de madera puede realizar la misma función que el pico real del progenitor; incluso una aguja de tejer con una mancha roja en la punta puede ser efectiva para conquistar la respuesta de los polluelos (esto se denomina estímulo supranormal).

Los estímulos señal no necesariamente han de ser visuales. La llamada de súplica que un polluelo emite es un desencadenante del instinto de sus progenitores de alimentar a sus crías. El olor peculiar, o feromona, emitido por las hembras de mariposa es un estímulo clave para cautivar a los machos. Se conocen además otros estímulos táctiles e incluso eléctricos.

El uso más general de los estímulos señal dentro del reino animal se da en las conductas de comunicación, caza y evasión de los depredadores. Los pájaros jóvenes de la mayoría de las especies cazadoras de serpientes, por ejemplo, reconocen y evitan instintivamente a las mortíferas serpientes corales; los patos y gallinas surgen con la aptitud de reconocer y escapar de la silueta de los halcones. Estímulos clave semejantes se usan a menudo para recolectar comida. La avispa cazadora de abejas reconoce a las productoras de miel mediante una serie de estímulos desencadenantes, el olor de la abeja atrae a la avispa, la vista de cualquier objeto pequeño y oscuro la conduce al ataque y, definitivamente, el olor del objeto mientras la avispa prepara su aguijón determina si el ataque se completa o no.

Un ejemplo de estímulos señal podemos encontrarlo en las serpientes. En zonas donde sus territorios se solapan, algunas serpientes imitan a otras para prevenir ser atacadas. Las serpientes de leche de Sinaloa, México no son venenosas, sin embargo imitan con bastante precisión el patrón de colores de la serpiente coral (izquierda), que sí lo es. La estrategia proporciona éxito en su objetivo, pues se ha observado que hasta las aves jóvenes e inexpertas que se alimentan de serpientes evitan instintivamente el patrón de colores que alterna los anillos rojos y amarillos.

El uso sucesivo de una serie de desencadenantes aumenta considerablemente la especificidad de lo que eran en comienzo señales burdas y esquemáticas, estrategia frecuente en la comunicación animal. La mayoría de las especies animales son solitarias, excepto en el momento en que se aparean y en el momento en que crían. Para prevenir la confusión, las señales que identifican el sexo y la especie de la pareja potencial de un animal deben ser claras e inequívocas. Por ejemplo, el espinoso, un pequeño pez de agua dulce, usa un sistema de estímulos signo interconectados para organizar su complejo apareamiento. Cuando llega la fase de cría, el costado inferior de los machos se transforma en un rojo brillante. Este color atrae a las hembras, sin embargo además genera el ataque de otros machos: los objetos de color rojo brillante de cualquier tipo disparan la agresión del espinoso macho. La hembra responde a esta señal roja con una curiosa postura de aproximación que muestra su vientre hinchado, repleto de huevas. Esto a su vez incita al macho a realizar una danza en zig-zag que conduce a la hembra dentro del nido en forma de túnel que él ha construido. La hembra entra en el nido, donde el macho estimula la cola de la hembra con su hocico y la hace vibrar. La vibración resultante hace que la hembra suelte sus huevas para que el macho las insemine. Si el macho falla en la parte final del ritual, la hembra no depositará sus huevas. Sin embargo, realizando vibrar a la hembra con un lápiz, aunque ella pueda ver claramente que no es el macho, soltará las huevas. En este caso, el macho, al no haber producido la última parte del ritual, no las inseminará y se las comerá.

Pautas fijas de acción

Un segundo hallazgo relevante de los etólogos es que muchas conductas complejas son anticipadamente pautas fijas de acción o patrones fijos de comportamiento, una especie de circuitos completos aptos de conducir y coordinar los movimientos de diferentes músculos para realizar una labor concreta. La danza de los espinosos que hemos reseñado, el aguijonazo de la avispa, o el picoteo de los polluelos de gaviota son pautas fijas de acción.

El primer análisis detallado de un patrón o pauta fija fue la conducta de los gansos de llevar rodando los huevos. Cuando un ganso ve un huevo fuera del nido, lo mira fijamente, estira el cuello hasta que su pico está justo al otro lado del huevo y, suavemente, lo repone al nido. A primera vista, esto parecería un proceder inteligente, sin embargo en realidad es un patrón mecánico de conducta: casi cualquier objeto suavemente redondeado (es el estímulo señal en este caso), genera la respuesta. Es más, si se le quita el huevo al ganso una vez que el patrón de respuesta ha empezado, éste sigue estirando su cuello y conducirá cuidadosamente un objeto no existente hasta el nido. Estos actos en vacío han sido objeto de estudio de esta materia.

De hecho, tal respuesta es estrictamente una pauta fija de acción, ya que hay programaciones motoras diferentes. Las pautas fijas de acción (patrones de conducta), son completamente innatas, aunque a menudo se establecen de tal forma que alguno de los movimientos se ajustará automáticamente para resarcir las variaciones impredecibles que puedan surgir, tales como la irregularidad o la pendiente del terreno donde el ganso intenta de hacer rodar el huevo. Inicialmente, la posible complejidad de circunstancias es ilimitada; los nidos de las aves o las redes que tejen algunas arañas son buenos ejemplos.

Otros tipos de programaciones motoras son aprendidos. En la especie humana caminar, nadar, montar en bicicleta o atarse los zapatos, por ejemplo, comienzan aprendiéndose como laboriosos esfuerzos que retienen la voluntad de una atención consciente y total. Sin embargo, tras un cierto tiempo, estas actividades se automatizan de tal modo que, al igual que las pautas fijas de acción, se realizan de manera inconsciente y sin necesidad de realimentación (feedback). Esta necesidad de realimentación (que las secuelas de las acciones motoras sean percibidas, condicionando la conducta posterior), es universal sólo en las fases iniciales del aprendizaje. Los pájaros cantores al igual que las personas, por ejemplo, deben oírse en el momento en que comienzan a vocalizar, sin embargo una vez que la canción o el habla se dominan, la sordera tiene pocas secuelas. Las programaciones motoras necesarias se han incorporado al sistema.

Impulso

El tercer concepto general de la etología es el del impulso o motivación. Los animales saben cuándo y hacia dónde emigrar, cuándo hacerse la corte o cuándo alimentar a sus crías. En la mayoría de las especies animales tales destrezas son unidades de conducta que se activan o desactivan en el momento en que es correcto hacerlo. Los gansos, por ejemplo, rodarán los huevos sólo desde una semana antes de la puesta hasta una semana más tarde de que los polluelos hayan salido del cascarón; fuera de este intervalo de tiempo los huevos no significan nada para ellos.

La conexión o desconexión de estos programas suele implicar complejas relaciones de desencadenantes y temporizadores. En las aves, la preparación de las migraciones en primavera, el dimorfismo sexual (división de caracteres entre machos y hembras), la defensa territorial y el proceder en la fase de celo, se activan por la permanencia de la luz diurna, que cambia los niveles de hormonas en la sangre, desencadenando cada uno de estos cambios drásticos sin embargo fundamentales en su proceder.

Sin embargo, en general se puede asegurar que no hay una razón conveniente de cómo la motivación es modulada durante cortos periodos en la vida de un animal. Un gato cazará pequeños animales acechándolos, incluso en el momento en que esté bien alimentado. En ausencia de estímulos, su umbral (el nivel del estímulo requerido para hacer una respuesta) será tan bajo que un gato acosará, cazará y capturará presas imaginarias. Esta respuesta injustificada se conoce como ‘acto en vacío’ (como vimos antes con los gansos, es un proceder que ocurre en ausencia de un estímulo apropiado).

El mecanismo simple por el que los animales cambian sus niveles de sensibilidad (sus umbrales de respuesta), y que puede en último término secundarnos a esclarecer la motivación, es lo que se llama habituación. Fenómeno opuesto a la sensibilización (los umbrales indispensables para hacer una respuesta son cada vez menores), es básicamente una conducta de aburrimiento: la presentación repetida del mismo estímulo lo hace ineficaz, desencadenando una disminución de la intensidad o frecuencia, e incluso la evanescencia de la respuesta. Los tentáculos de la estrella de mar, enemiga por antonomasia de la babosa marina, generan en ella una conducta de escape sublimada. Sin embargo, tras varios encuentros seguidos, el umbral necesario para hacer la respuesta de escape aumenta, y la babosa marina demora la evasión ante una amenaza excesiva. La fatiga muscular simple no es la razón, y una estimulación de otro tipo, un destello luminoso, por ejemplo, restituye instantáneamente los umbrales normales (fenómeno conocido como sensibilización). Esto prueba que el sistema nervioso está preparado para ‘desatenderse’ del nivel ya experimentado de los estímulos, fijándose por el contrario en los cambios sobre el nivel habitual.

Aprendizaje pre-programado

La cuarta contribución que la etología ha permitido al estudio del comportamiento animal es el concepto de aprendizaje pre-programado. Los etólogos han mostrado cómo muchos organismos animales están concebidos para aprender habilidades concretas de manera específica en determinados momentos de sus vidas.

Ejemplo de aprendizaje pre-programado: Impronta o troquelado

Un ejemplo famoso del aprendizaje pre-programado es la impronta, mencionado al comienzo de este artículo. Los ejemplares jóvenes de ciertas especies, los patos por ejemplo, deben continuar a sus padres casi en el momento en que surgen para sobrevivir. Cada patito, incluso si estuviera preparado para rememorar de manera instintiva a sus congéneres, debería aprender rápidamente a diferencia a sus progenitores de otros adultos. La evolución ha favorecido esta necesidad esencial de memorización, programándolos para que sigan el primer objeto móvil que les produce la ‘llamada’ específica de su especie. Esta actúa como un estímulo acústico cuya respuesta es el rastreo.

Sin embargo, es el suceso físico de continuar al progenitor lo que activa el proceso de aprendizaje: los polluelos transportados pasivamente, siguiendo la llamada del padre, no harían la impronta (de suceso, poner impedimentos para que el polluelo tenga que esforzarse para continuar a su progenitor, hace más rápido este proceso). Si se sustituye al pato por un objeto que emite el sonido apropiado y además se mueve, los patitos pueden hacer la impronta con una amplia variedad de objetos, incluidas las pelotas de goma, cajas de zapatos y además personas.

Esta fase de impronta paternal suele ser temprana y breve, cesando a las 36 horas del nacimiento. Tiene lugar así pues una nueva fase de impronta que sirve para definir la imagen de la especie que el animal empleará para escoger una pareja apropiada en el momento en que madure. Los etólogos recelan que la programación genética no especifica muchos detalles visuales, ya que de otro modo una selección ventajosa requeriría que los polluelos nacieran con una imagen predeterminada de su propia especie.

Como el mundo ha estado poblándose de especies diferentes, en algunos animales el papel del estímulo señal ha pasado de ser el de rememorar la especie animal a la que pertenece, a ser simplemente el de conducir el aprendizaje necesario para distinguir a un congénere de otras criaturas semejantes. Esta estrategia funciona porque a la temprana edad en que se produce, la mayoría de los animales tienen contacto con muy pocas especies, por lo que la oportunidad de equivocación es mínima en la identificación del sujeto.

Características del aprendizaje pre-programado

La impronta, por lo cual, tiene cuatro características básicas que la distinguen del aprendizaje normal: primero, una fase de tiempo específico, o periodo delicado, en el que el aprendizaje ha de tener lugar; segundo, un entorno específico, normalmente definido por la presencia de un estímulo señal específico; tercero, una restricción en el aprendizaje para que el animal recuerde sólo un estímulo específico, como el olor, e ignore otros que a priori parecerían más relevantes; y cuarto, no hace falta ningún tipo de trofeo o recompensa (refuerzo positivo), para que el animal aprenda y recuerde lo aprendido.

Estas cualidades son evidentes en muchos tipos de aprendizaje, y hoy somos aptos de comprender el valor que tiene el aprendizaje innato: en un mundo lleno de estímulos, permiten al animal orientarse sobre qué debe conocer y qué debe ignorar. Por razones de economía adaptativa, los animales deben juntar únicamente el mínimo de información necesaria que les resuelva una situación. Siguiendo con nuestro ejemplo, los patitos de una especie parecen rememorar las voces de sus progenitores, mientras que los de otras se fijan sólo en su aspecto externo. Cuando ingieren veneno, las ratas traen a la memoria sólo el sabor y el olor de la comida envenenada, mientras que la codorniz sólo repara en su color. Este fenómeno, conocido como condicionamiento rápido de rechazo, está tan firmemente establecido en muchas especies que una simple exhibición a una sustancia tóxica es suficiente para que un animal la niegue toda su vida.

En casi todas las especies hallamos este tipo de predisposición. Los pichones, por ejemplo, aprenden rápidamente a picotear en el momento en que se les premia con comida, sin embargo no a pulsar una palanca (como las ratas) por la misma recompensa. Por otra parte, es casi imposible dar lección a un pájaro a picotear para prevenir un peligro, sin embargo aprenden sencillamente a saltar sobre una palanca en estas circunstancias. Estas distinciones tienen sentido en el entorno del pasado evolutivo de cada especie: las palomas suelen alcanzar la comida con el pico y no con las patas, y reaccionan al peligro con éstas, junto con las alas.

Quizá el mejor ejemplo de un aprendizaje complejo pre-programado sea el del canto de los pájaros. Algunas aves, como las palomas, surgen predispuestas para emitir los arrullos específicos de la especie, y ninguna exhibición, por extendida que sea, a los arrullos de otras especies, o la ausencia de ellos, los modificará. Esto mismo ocurre con el repertorio de unas veinte llamadas que casi todos los pájaros usan para comunicar mensajes como el hambre o el peligro.

En los preparados cantos de las aves canoras, no obstante, suele influir el aprendizaje. Un pájaro en soledad, por ejemplo, trina de manera muy débil en comparación con lo que haría en estado salvaje. El canto de los pájaros muestra todas las características del aprendizaje por impronta o troquelado; normalmente hay un periodo delicado donde aprenden lo más básico: los cantos de su especie, cantos seleccionados de entre el mundo de sonidos que les rodea: un gorrión de cabeza blanca, empujado a escuchar los cantos de otras especies, indefectiblemente percibirá sólo el de la suya y lo grabará en su memoria. Esta aptitud de reconocimiento del canto específico se basa en un estímulo señal acústico.

A pesar de las limitaciones obvias, el aprendizaje del canto permite un rango de variaciones considerable: cualquier trino funcionará mientras cumpla unas características fundamentales. Precisamente por ello, porque la memorización no es perfecta y asiente cierta flexibilidad, los cantos de muchos pájaros han desarrollado variantes regionales, a modo de dialectos, que sirven para una especie de proceder social.

Una prueba algo más llamativa de pre-programación del aprendizaje social en los pájaros es la transmisión de conocimientos sobre sus depredadores. La mayoría de los pájaros están sometidos a dos tipos de peligros: pueden ser atacados directamente por aves de presa, o sus indefensos polluelos pueden ser devorados por depredadores de nidos. Cuando los pájaros vislumbran un ave de presa acostumbran a emitir una señal de alarma específica, a modo de silbido, que indica la necesidad de ocultarse. Otra llamada, continuada y tumultuosa, indica, por otra parte, la presencia de predadores de los nidos, incitando a los demás pájaros que anidan en las cercanías a hostigar al potencial depredador hasta distanciarse. Ambas señales son estímulos clave.

Los pájaros surgen sin conocer apenas las especies que son peligrosas; lo aprenden observando el objeto de las llamadas que oyen. Los contrincantes son categorizados como tales de un modo tan automático que a los pájaros enjaulados se les puede desorientar, haciéndoles reaccionar ante la presencia de una botella de leche si oyen una llamada de alarma mientras se les muestra la botella (conducta que más tarde comunicarán de descendencia en descendencia). Esta variante de la impronta parece ser el mecanismo por el que muchos mamíferos (primates incluidos) reciben y difunden información social de importante relevancia sobre la presencia de alimentos y de peligros. Ser conscientes del poder que tiene el aprendizaje pre-programado en el proceder animal, algo que es parcialmente reciente, ha restado relevancia al papel que cumplen la mera copia o el aprendizaje por ensayo-error en la modificación del comportamiento.

Pautas de comportamiento complejas

La evolución, actuando sobre los cuatro mecanismos estudiados por los etólogos, ha generado una serie casi interminable de conductas sorprendentes con las que los animales parecen estar perfectamente adaptados a su entorno. Ejemplos destacados son los sistemáticas de navegación, comunicación y organización social de las abejas, que se sirven primordialmente del sol como referencia para la navegación, memorizando la dirección de su vuelo con en relación al sol y tomando en cuenta los vientos que pueden afectar a su dirección. El sol es una referencia difícil para la navegación por su movimiento aparente de Este a Oeste, sin embargo las abejas surgen con la aptitud de equilibrar ese movimiento. Cuando una nube tapa el sol, las abejas usan sus pautas para orientarse por la luz ultravioleta polarizada que determina su posición. Cuando el cielo está muy nublado, que ni siquiera llega la luz ultravioleta polarizada, las abejas conectan automáticamente un tercer mecanismo de navegación: un ‘mapa mental’ de las marcas situadas en los alrededores de sus nidos.

El estudio del sistema de navegación de las abejas ha revelado muchos aspectos de los mecanismos empleados por los animales superiores. Hoy día se sabe que las palomas mensajeras, por ejemplo, usan el sol como brújula; son aptos de equilibrar su movimiento aparente, de percibir la luz ultravioleta y la polarizada y, en los días nublados, usan una brújula secundaria de naturaleza magnética. Las palomas superan a las abejas en este último aspecto así como en la disposición de un ‘mapa’ interno. Con todo ello, una paloma separada de su palomar por cientos de kilómetros y en la más absoluta oscuridad, regresará casi directamente a su hogar en el momento en que la soltemos. La naturaleza de este ‘mapa interno’ sigue siendo uno de los más intrigantes misterios de la etología.

Las abejas productoras de miel además muestran magníficas aptitudes comunicativas: una exploradora que busca alimento, realizará una danza en rasos verticales al panal al regresar de una expedición productiva. La danza indica a las demás abejas la distancia y dirección del alimento, describiendo una serie de ‘ochos’, en cuya parte central —donde se cruzan los dos bucles del ‘8’— la abeja hace vibrar su cuerpo. El ángulo de esta parte del trayecto indica la dirección del alimento: si apunta hacia arriba, está en la dirección del Sol, mientras que si está, por ejemplo, 70º a la izquierda de la vertical, queda a 70º a la izquierda del Sol. La cantidad de 8 que realiza indican la distancia que separa al enjambre del alimento.

La complejidad de este lenguaje ‘bailado’ ha preparado el camino para el estudio de los animales superiores. Hoy se conocen algunas especies que se comunican a través de una serie de señales específicas. Los monos velvet, por ejemplo, tienen un repertorio común de gestos y sonidos para expresar sus estados de ánimo y necesidades sociales, sin embargo usan además un vocabulario específico para referirse a los depredadores: una llamada específica alerta al conjunto de que hay predadores aéreos; otra alerta de predadores de cuatro patas, como los leopardos; otra de las serpientes, y otra más de la presencia de otros primates. Cada tipo de alarma genera una reacción diferente: los leopardos trepan a las ramas más altas de los árboles, mientras que los predadores aéreos caen en los árboles. Las señales que emiten pueden ser innatas, sin embargo más hacia delante los jóvenes aprenden por observación cuáles son las especies más peligrosas que deben temer. Una cría de estos monos puede dar la alarma aérea ante un buitre, una cigüeña, o incluso una hoja que cae, sin embargo con el paso del tiempo, ignorará todo lo que no sea el águila marcial.

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