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Sordo como una puerta

Sordo como una puerta

Como sabemos, el pueblo romano prestaba adoración a varios dioses antes de la instauración de la religión católica como culto oficial del imperio. Su creencia politeísta concentraba su adoración en los espacios públicos y privados. En realidad, la división de esos espacios seguía una misma estructura de organización de las divinidades. En casa, los romanos prestaban veneración a los espíritus y genios que interferían en la suerte de la familia; en los lugares públicos, las deidades con poderes más amplios eran reverenciadas a través de grandes festividades organizadas por la clase sacerdotal de cada ciudad.

De esta división, entre dioses públicos y domésticos, observamos que los romanos desarrollaron una curiosa superstición al llegar a la puerta de un hogar. Según la creencia, toda vez que alguien estuviera de frente de la puerta de una casa ocurría el contacto con los dioses que rigen aquel lugar. Con eso, era de buen agrado que el romano enunciase los términos mágicos y pedidos frente a las puertas. Aquella era una oportunidad especial para que las oraciones fuesen simbólicamente repasadas por la puerta.

Sin embargo, las oraciones que los romanos hacían frente a las puertas no eran atendidas conforme a lo esperado. Así, al contrario de culpar a la poderosa divinidad, alegaban que la puerta sufría algún tipo de sordera inexplicable. La comprobación que esa disculpa justificativa existía puede ser hallada en las anotaciones de Rufo Festo Avieno, escrito latino que vivió en el siglo IV. Así, si la puerta fuera sorda, la persona corría el riesgo de tener todos sus deseos ignorados.

Al principio, parece extraño que acostumbrarse a ese tipo de supersticiones. Sin embargo, vemos que otras religiones también merecen las más variadas razones para explicar el comportamiento de sus dioses. En la actualidad, ‘estar sordo como una puerta’ terminó siendo una expresión para alguien que ya no consigue distinguir bien los estímulos sonoros. En otros casos, personas obstinadas también acaban siendo agraciadas con la misma expresión por su insistencia.

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