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La casa de Bernarda Alba (Crítica)

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Escrita en 1936, La Casa de Bernarda Alba fue la última obra de Federico García Lorca (1898-1936), escritor español asesinado por el gobierno local durante la Guerra Civil Española. Así, el poeta no llegó a ver su trabajo en escena: un mes después de una lectura dramática realizada en Madrid, Lorca fue asesinado, en los primeros momentos del levantamiento militar que culminaría en la dictadura de orientación fascista que comandó a España de 1933 a 1975. El conflicto armado que dividió a España en dos lados antagónicos – nacionalistas y republicanos – fue fruto de la incomodidad causada por una situación social desigual e injusta, que detentaba el poder económico y político en las manos de una pequeña parcela de la sociedad. Gracias a un modo de vida fundamentalmente rural y anacrónica, el país era el menos desarrollado de Europa. Además del acceso a tecnologías más avanzadas, que permitirían al país la ascensión a un modelo de productividad ya vigente en el restante continente europeo, también una distribución más justa de tierras era una necesidad urgente.

Según BROUÉ (1992:20): ‘No es menos verdadero que la tierra de España pertenece a un puñado de oligarcas y que el campesino español profundamente miserable tiene hambre de tierra’.

Además del poder del Estado, la Iglesia también ejercía una gran influencia en la vida de los españoles, y dominaba el sistema educativo. Las escuelas – mantenidas por los jesuitas casi exclusivamente – forman las bases para el mantenimiento de una sociedad jerarquizada y sin movilidad: el porcentaje de analfabetos entre los españoles es del 45%. Además de un gran número de personas sin educación instituida, las escuelas jesuitas contribuían al mantenimiento de valores morales extremadamente represores, que buscaban sofocar la individualidad a favor de prácticas sociales colectivas. Así, el Estado, la Iglesia y las escuelas forman una especie de triada que mantiene el poder en el país en manos de una oligarquía retrógrada y tradicional que recuerda, en determinados momentos, el mundo rural medieval. El miedo de las reformas que la Segunda República estaba dispuesta a implementar motivó, sin duda, la reacción de las élites rurales a las cuales Lorca ya venía atacando en sus piezas’.

De acuerdo con MARTIN (1989:243), la tensión social causada por los enfrentamientos entre los polos opuestos que se alternaron en el poder desde 1931 es el paño de fondo de La Casa de Bernarda Alba. La pieza, ambientada en una localidad rural de Andalucía, está demarcada en el espacio interno del hogar de Bernarda Alba, matriarca de 60 años que vive con sus cinco hijas solteras, la madre y dos empleadas. Todavía de acuerdo a GIBSON (1989:486) el poeta estaba absolutamente convicto de los objetivos que tenía para su pieza al llamarla La Casa de Bernarda Alba y no simplemente Bernarda Alba, Lorca enfatiza el ambiente en que la tiranía existe y actúa, y deja explícito esa intención en el subtítulo definitivo: ‘Un drama de mujeres en las aldeas de España’.

Al definir la pieza como ‘un documental fotográfico, el poeta indicaba que se trataba de una especie de reportaje, con ilustraciones en blanco y negro, sobre la España intolerante, siempre preparada para aplastar los impulsos vitales del pueblo, aquí representados por las hijas de Bernarda y también por las criadas. Debido a la muerte de su marido, Bernarda impone a las hijas un luto forzado, impidiéndolas salir de casa por ocho años consecutivos, según reza la tradición familiar. El conflicto, entonces, se establece en el ambiente intradoméstico y se opone directamente al espacio exterior a los muros de la casa.

Bernarda atribuye a sí misma la autoridad en la conducción de los destinos de su familia, y se declara, una vez más, vigilante. Ajena al conflicto librado entre sus hijas – que tiene por objetivo al joven Pepe Romano, futuro marido de Angustias, la hija más vieja –, Bernarda juzga tener bajo control los sentimientos y las acciones de las hijas. Aunque alertada por Poncia – la criada – de que algo está muy pronto por explotar, Bernarda ignora los indicios de la rebelión interna que va tomando cuenta de su casa. Inconformadas con el hecho de que Pepe, que tiene cerca de 25 años, se case con Angustias de 39 años, las demás hermanas tejen comentarios maliciosos en relación a los intereses financieros que promoverán la unión. Angustias, hija del primer matrimonio de Bernarda, es la única rica entre las hermanas. Por eso, Pepe quiere casarse con ella. Adela, la hija más joven, de 20 años, se deja llevar por la pasión y se relaciona con Pepe en secreto. Cuando las hermanas le cuentan que Pepe pedirá la mano de Angustias, Adela demuestra, además de sorpresa, rebelión y frustración. En confrontación directa con Martirio, de 25 años, que también ama a Pepe, Adela declara su opción por la realización personal en detrimento de las expectativas sociales: ‘Hace quien puede, no quien quiere. Tu querrías pero no puedes’. Adela es sin duda la más revolucionaria de las mujeres de Lorca, rechazando el código de honra fundado en la manutención a cualquier coste de las apariencias y en el credo de la superioridad masculina. Adela afirma su derecho absoluto a la propia sexualidad.

A pesar del conflicto instaurado en el interior de la casa, Bernarda cree tener todo bajo su dominio. Lleva siempre consigo una bengala, que golpea en el suelo cuando quiere llamar la atención o dar una orden. Momentos antes de poner fin a su propia vida, Adela toma la bengala de la madre y la rompe, en un acto de rebeldía y desobediencia. En ese momento, la hija llama a la bengala de ‘vara’ y no de ‘bastón’, designación utilizada desde el comienzo de la pieza. El uso no es aleatorio, sino específico y representación autoritaria del objetivo. Diferente de ‘bastón’, término más usual, la ‘vara’ es un símbolo de poder y está asociado directamente a los líderes.

A pesar de su postura arrogante e inquisitiva, la matriarca no percibe el malestar de sus hijas, negándose a ver la disputa trabada entre ellas por Pepe Romano. Cuando lo percibe, ya es demasiado tarde. Intentando disuadir a Adela del firme propósito de mantener su romance con la figura de Pepe, Bernarda confiesa haberlo asesinado. Desesperada, Adela comete suicidio, ahorcándose. La tragedia que se instala en el ambiente doméstico es prontamente sofocada por la matriarca, que exige que las demás hijas guarden secreto de los actos.

De acuerdo con GIBSON (1989:487), de la primera vez para reprimir la manifestación de disgusto del público, de la segunda para imprimir una mentira. La extrema vigilancia con que manda la casa y la familia, unida a la preocupación con las tradiciones familiares y la propiedad hacen de Bernarda una auténtica representación de la élite rural español, objeto preferencial del teatro lorquiano para sus ataques. El desinterés que demuestra por la condición humana de la familia, los malos tratos impuestos, el aislamiento forzado, destacan la supremacía de las apariencias en relación a la esencia, la individualidad y la libertad. Poco le importa que sus hijas tengan el deseo de salir y de tener parejas, como hacen las mujeres del poblado. Allí, según ella, no hay un hombre a la altura de sus hijas, por eso prefiere que permanezcan en casa, bordando y esperando a que el tiempo pase. Importa lo que piensan de ellas, la honra de la familia que debe ser mantenida a cualquier coste.

Lanzando mano de personajes arquetipo, representantes de conductas sociales claramente marcadas, el último drama rural lorquiano consigue agudizar la crítica iniciada por Bodas de Sangre (1933) y Yerma (1934). Cada uno de los personajes tiene un comportamiento diferente al resto, lo que destaca varios aspectos de la sociedad española. Así como hacen el Estado y la Iglesia, Bernarda Alba limita la libertad de sus hijas – representantes del pueblo, reprimido y asustado, incapaz de enfrentar al sistema que lo sofoca aunque deseoso de cambios y de libertad – esconde su madre y oprime a los empleados. De acuerdo con FOUCAULT (2004:247), generalmente se llama institución a todo comportamiento más o menos coercitivo, aprendido. Todo lo que en una sociedad funciona como un sistema de limitación, es decir, todo lo social no discursivo es la institución. Bajo esa perspectiva, no solamente las instituciones públicas son responsables por la opresión del individuo. Hay que destacar, también, el inmenso poder que emana del núcleo familiar, institución privada que fortalece las bases del sistema político autoritario que está apunto de dominar la España retratada por Lorca. Todavía, según FOUCAULT (2004:249), el poder fluye a través de los discursos, a partir de un punto que se irradia. De modo general, es necesario observar cómo las grandes estrategias de poder se incrustan, encuentran sus condiciones de ejercicio en pequeñas relaciones de poder. Pero siempre hay también movimientos de retorno, que hacen que las estrategias que coordinan las relaciones de poder produzcan nuevos efectos y avancen sobre dominios que, hasta el momento, no estaban concernidos.

Analizada bajo la óptica foucaultiana, la última pieza escrita por Federico García Lorca permite afirmar que el poder político que el Estado y la Iglesia demandan en la sociedad española, ofrece a Bernarda credencial necesaria para reproducir en un microcosmo (la Casa de Bernarda) el despotismo observado a gran escala. Para la hija que osó superar los patrones de comportamiento impuestos, resta la muerte: castigo para aquellos que hacen acciones valientes en contra de la orden vigente, tal como el propio autor fue víctima poco tiempo después de concluir la obra.

Las indicaciones literarias deben ser consideradas auxiliares y complementarias para facilitar la comprensión del autor y su trabajo. Para un mayor entendimiento se recomienda una lectura completa de la obra. Vea más resúmenes, críticas y análisis en el listado de resúmenes.

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