Napoleón Bonaparte fue elegido, en un principio, cónsul de Francia para controlar disturbios constantes en Francia en el siglo XVIII con el gobierno girondino. Era un general de batalla y sabía cómo gobernar. Creó relaciones de paz con los países vecinos; definió el catolicismo como iglesia oficial de Francia a cambio de tierras cedidas por estas; creó el Banco de Francia; dominó numerosos territorios próximos a su nación. Es decir, promovió numerosas mejoras dentro del gobierno. Debido a sus logros fue nombrado emperador francés.
Cuando recibió el título, Napoleón impuso la guerra a países europeos por posesiones, como ocurrió con Italia y Austria-Hungría. Intentó aislar comercialmente a Inglaterra, que era la creciente enemiga francesa, pues su comercio se vio fortalecido por la revolución industrial, colocando a Francia en segundo plano. Portugal, desobedeciendo el bloqueo continental, y la familia real, tuvieron que huir para Brasil. Rusia desobedeció el bloqueo y fue atacada por Francia. Convencido de que era invencible, se enfrentó con Rusia con su riguroso carácter frío y perdió. Ahí llegaría el final del imperio napoleónico.
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