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Mitología romana (historia)

La mitologia romana
La mitología romana, constituye un cuerpo de creencias, rituales y otras prácticas concernientes al ámbito sobrenatural que sostenía o realizaba el antiguo pueblo romano desde el periodo clásico hasta que el cristianismo absorbió finalmente las religiones del Imperio romano a comienzos de la Edad Media.

Las religiones primitivas romanas se modificaron tanto por la incorporación de nuevas convicciones en fases posteriores, como por la asimilación de gran parte de la mitología griega. De este modo pues, la religión romana se consolidó antes de que comenzase la tradición literaria, por lo tanto, los primeros escritores romanos que se encargaron de ella desconocían sus orígenes en la mayor parte de los casos, tal como el polígrafo del siglo I a.C. Marco Terencio Varrón. Otros escritores, como el poeta Ovidio en sus Fastos, con una gran influencia de los modelos alejandrinos, incorporaron convicciones griegas para llenar los vacíos de la tradición romana.

Dioses del pueblo romano

El ritual romano distingue claramente dos clases de dioses, los di indigetes y los di novensides o novensiles. Los indigetes eran los dioses nacionales defensores del Estado y los títulos de los primeros sacerdotes, así como las festividades fijas del almanaque, indicaban sus nombres y naturaleza; treinta de esos dioses eran venerados en festivales especiales. Los novensides fueron deidades posteriores cuyos cultos se introdujeron ya en la fase histórica. Las primeras deidades romanas incluían, además de los di indigetes, una serie de dioses, cada uno de los cuales protegía una actividad humana y cuyo nombre se invocaba en el momento en que se ejecutaba dicha actividad, la cosecha, por ejemplo. Fragmentos de un antiguo ritual que va junto a actos tales como arar o sembrar revelan que en cada fase de la operación se invocaba una deidad diferente, cuyo nombre derivaba regularmente del verbo correspondiente a la acción que se realizaba. Esas deidades pueden agruparse bajo el término general de dioses auxiliares o subalternos, a quienes se invocaba junto con las deidades mayores. El primitivo culto romano no era tanto politeísta como polidemonista: adoración a los seres invocados por sus nombres y funciones, y el numen o poder de cada deidad se manifestaba de maneras muy especializadas.

El carácter de los indigetes y sus festivales muestran que el primitivo pueblo romano no era sólo una comunidad agrícola sino que igualmente practicaba el combate y el arte de la guerra. Los dioses representaban claramente las necesidades prácticas de la vida cotidiana, tales como las sentía la comunidad romana a la cual ellos pertenecían. Estaban meticulosamente acordados los ritos y las ofrendas que se juzgaban apropiadas. De este modo, por ejemplo, Jano y Vesta almacenaban las puertas y el hogar, los lares protegían el campo y la casa, Pales, los ganados, Saturno, la siembra, Ceres, el crecimiento de los cereales, Pomona, los frutos, y Consus y Ops, las cosechas. Hasta el majestuoso Júpiter, el soberano de los dioses, era venerado por la ayuda que sus lluvias podían dar a las granjas y a los viñedos. En un sentido más amplio se le identificaba como el que tenía el poder sobre el rayo, era el responsable de regir la actividad humana y, dado su poder omnipotente, protegía a los romanos en sus actividades militares en los límites de su propia comunidad. En los primeros tiempos sobresalían los dioses Marte y Quirino, a menudo asociados entre sí. Marte era un dios defensor de los jóvenes y de sus actividades, especialmente del conflicto bélico; se lo honraba en marzo y en octubre. Los modernos investigadores consideran que Quirino era el patrón de la comunidad armada en tiempo de paz.

Encabezando el panteón más antiguo estaba la tríada formada por Júpiter, Marte y Quirino (cuyos tres sacerdotes, o flamines, pertenecían a la jerarquía más alta), y Jano y Vesta. Estos dioses tenían en los primeros tiempos una individualidad poco definida, y sus historias personales carecían de nupcias y genealogías. A discrepancia de la mitología griega, no se juzgaba que los dioses actuaran como los mortales, por lo que no existen muchos relatos de sus actividades. Este culto, más antiguo, se asociaba con Numa Pompilio, el segundo monarca legendario de Roma, cuya consorte y consejera, conforme se creía, era la diosa romana de las fuentes y de los partos, Egeria. Mismo así, se añadieron nuevos elementos en una fecha parcialmente temprana. La leyenda asignaba a la casa real de los Tarquinos el establecimiento de la gran tríada capitolina: Júpiter, Juno y Minerva, quienes poseían el lugar supremo en la religión romana. Otras incorporaciones fueron el culto de Diana en el Monte Aventino y la introducción de los Libros Sibilinos, profecías sobre la historia del mundo que, conforme la leyenda, recibió Tarquino a finales del siglo VI a.C. de la Sibila de Cumas.

Inclusión de otras divinidades

La absorción de los dioses nativos de los países residentes se produjo en el momento en que Roma conquistó el territorio a su alrededor. Los romanos solían dar a los dioses locales del territorio conquistado los mismos honores que a los suyos propios. En muchas ocasiones, se invitaba a las deidades recién asimiladas a mudar su residencia a nuevos santuarios en Roma.

Asimismo, el crecimiento de la ciudad atrajo a los extranjeros, a quienes se les aceptó continuar el culto de sus propios dioses. Junto con Cástor y Pólux, gracias a este proceso de asimilación cultural, parecen haber contribuido al panteón romano Diana, Minerva, Hércules, Venus, y otras deidades de menor rango, algunas de las cuales eran romanas y otras procedían de Grecia. Las diosas y dioses romanos relevantes terminaron identificándose con las diosas y dioses griegos más antropomorfos, cuyos atributos y mitos igualmente se introdujeron.

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