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La soberanía nacional y el Orden Mundial

La soberanía nacional y el Orden Mundial

La soberanía nacional, en general, se refiere a su autonomía, al poder político y a la toma de decisiones dentro de su respectivo territorio nacional, en particular en lo que respecta a la defensa de los intereses del país. En este sentido, corresponde al Estado nacional (el propio gobierno) el derecho a la libre determinación en nombre de una nación, de un pueblo. Por otra parte, el concepto de Orden Mundial se refiere a la idea de una organización o una jerarquía determinada por las relaciones de poder entre los actores internacionales, es decir, sus propios países o Estados.

Por lo tanto, ¿cuál es la relación entre los conceptos de soberanía y el orden mundial? Estos son conceptos complementarios en la política y en las relaciones internacionales. Cualquier lectura menos atenta de tales categorías puede dar la impresión de una aparente contradicción entre ellos, ya que la idea de la ‘anarquía’ de soberanías podría presuponer la ausencia de un orden (un Orden Mundial propiamente dicho). El caos sistémico (entre soberanías), demanda un orden, y tal situación favorece el surgimiento de una hegemonía. El poder hegemónico es dado, de cierto modo, por el consentimiento y cohesión entre los países y, de esa forma, quien (entre esos países) atienda a la demanda creada por el referido caos sistémico será tenido como hegemónico.

El proceso de formación de las hegemonías se transformó a lo largo de los siglos. Con el desarrollo de las prácticas capitalistas, tenemos una organización de la geopolítica del mundo de la legitimidad religiosa, dinástica y política teniendo en cuenta la viabilidad técnica, financiera y bélica. Con la modernización de los medios de producción y el ascenso del capitalismo, hay una nueva estructura del espacio, que ha guiado el comportamiento de los Estados soberanos en todo el mundo, entre fuertes y débiles, o en el centro y en la periferia, una consecuencia directa de la división internacional del trabajo y de la producción.

Por lo tanto, lo que legitima el diálogo entre las soberanías (dentro de un orden) es la búsqueda de mecanismos que disminuyan los ‘costes’ de la convivencia mutua, con el discurso (ideológico hasta cierto punto) de la promoción de la paz y del desarrollo, sea para ricos o para pobres, hecho que justifica la existencia de discusiones en foros internacionales sobre economía, promoción social y sobre el propio orden mundial.

Los poderes que se destacan tienen un discurso legitimador para este esfuerzo: son garantes, dan credibilidad y tienen respeto. En términos generales, el orden mundial se puede considerar relevante para el comportamiento ‘normal’ de los países. Este hábito está delineada por sus acciones directas e indirectas como la soberanía y, por supuesto, está ligado intrínsecamente a sus principales características económicas, políticas, físicas/geográficas, ideológicas y religiosas. En otros términos, los países ocupan posiciones en el sistema internacional conforme a sus características más generales que le confieren mayor o menor destaque. Obviamente, no todos los países consideran como legítimo el poder de algunas hegemonías, manifestándose contrarios a este poder. Ejemplo de eso estaría en la relación de hostilidad a los Estados Unidos por parte de algunos países como Irán y Venezuela.

A lo largo del siglo XX, se ha presenciado el fortalecimiento de la hegemonía estadounidense, sobre todo al final de la Guerra Fría. Desde principios del siglo XX, en términos del sistema internacional, algunos cambios han sido muy significativos ya que, si por un lado los Estados Unidos tienen la condición de gran potencia mundial, a pesar de los problemas internos de su economía, por otro ya dividen el espacio internacional con la Unión Europea y los llamados BRICs (Brasil, Rusia, India y China). Es decir, hay indicios de que el sistema internacional se vuelve cada vez más complejo, hecho que sugiere un reordenamiento de las relaciones internacionales.

Claramente, las hegemonías y las potencias mundiales tienen estrategias diplomáticas no necesariamente para regular el ‘buen funcionamiento’ del sistema internacional, sino para servir a sus intereses, en primera instancia, sobre todo desde el punto de vista económico. Las medidas proteccionistas adoptadas en el momento de crisis económica (así como subsidios de los gobiernos a algunos sectores) son representativos de este, ya que garantizan las mayores ventajas de la competitividad de la producción nacional de sus países en el mercado internacional.

Como se vio, a pesar de que la enorme crisis económica instaurada en la economía mundial a mediados de 2008 se haya originado en los grandes centros financieros de las principales potencias del mundo, los países considerados en desarrollo también fueron llamados a la discusión de alternativas para alcanzar una salida. En otras palabras, en el plano de las relaciones internacionales, el caos económico causado por pocos tuvo que ser enfrentado por todos, dadas las consecuencias directas o indirectas sobre las economías en todo el mundo.

Por otra parte, a menudo la retórica de los discursos de estos poderes no coincide con las prácticas políticas. Existe un consenso sobre el desarrollo sostenible, pero en la práctica las posturas son diferentes. Las cuestiones relacionadas con el calentamiento global, tan de moda en la agenda actual, parecen encajar en una agenda presupuesta como internacional, pero en la práctica está alineada a los intereses de los más fuertes política y económicamente y divide las responsabilidades (en gran parte propias considerando la relación contaminación/desarrollo industrial) con todos.

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