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Las estrechas relaciones existentes entre las letras agrave; c y g se remontan a los fenicios, los creadores del alfabeto, para quienes la g recibia el nombre de gimel, que significaba ‘camello’, aunque se escribia como nuestra c. Con el contacto con los griegos, éstos tomaron la letra fenicia y la llamaron gamma (perfectamente diferenciada de la kappa) aunque más tarde, los etruscos la retomaran como agrave; k, que fue como entró en el abecedario latino. Sin embargo, los romanos sí hacian diferencia de los sonidos de las dos letras mencionadas, y, aunque durante un tiempo la c servia para los sonidos /k/ y /g/, la necesidad los obligó a crear una nueva letra, basada, por supuesto, en la c, y a la que aplicaron una rayita oblicua en la parte inferior derecha, dándole un aspecto similar al de una Q mayuscula sin cerrar del todo. Esta invencion, atribuida a Espurio Carvilio Ruga en el año 239 a. C., fue realmente una buena idea, aunque no piensen así los partidarios de la simplificacion de la ortografia española.
En efecto, el acierto romano de aplicar un sonido a una letra dejó de cumplirse en español con letras como la que nos ocupa, dado que g pronto empezó a representar un sonido fuerte y un sonido suave, dependiendo de las vocales que llevara detrás. Asi, decimos gafas, gotico y guapo, frente a generacion y girar, lo que ha originado muchos intentos de reduccion a una sola letra para cada sonido, y a actitudes personales como la de escribir, como hacia el poeta andaluz Juan Ramon Jiménez (1881-1958), *jeneracion y *jirar, lo que supondria que pudiéramos escribir *gisar y *gerra, sin necesidad de escribir esa -u-, necesaria para mantener el sonido suave frente a -e y a -i.

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