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Monstruos: miedo, moral y religión

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MonstruosPasando de la mitología hasta la cartografía, enfrentando a la Inquisición o sirviendo a los dueños del poder, los monstruos acompañan a los hombres desde hace milenios.

“Aquí hay dragones”, era así como muchos mapas del inicio de la Era Moderna advertían a los navegantes sobre las áreas desconocidas del globo terrestre. Y no solamente se trataba de dragones, sino también sirenas, monstruos marinos, serpientes y otras criaturas capaces de devorar embarcaciones enteras. Grandes historias populares han llegado a nuestros días sobre estas supersticiones, consideradas como reales y peligrosas en la época. El riesgo era claro, pero la fortuna que albergaban esos lugares (tesoros ocultos) fabricaba sus propios héroes y personas con ambiciones de riqueza.

Así como lo hizo Adán con los animales creados por Dios, según la tradición bíblica, los hombres han dado nombres a los monstruos a lo largo de los siglos. Sin embargo, en este particular, superaron a Adán y llegaron a ser dioses: ellos los crearon.

En nuestra tradición occidental, que siempre se remontan a la antigüedad, estos seres demarcaron las fronteras. ‘Omonstrum’ del vocablo latino, es un mensajero de las voluntades de los dioses, y se coloca entre nuestro mundo y lo sobrenatural; además de eso, encierra una degeneración biológica que señala la deformación del orden natural y moral. El terrible Minotauro, encontrado en la mitología griega, carga esos aspectos a considerar: resultado de una maldición divina –por haber sido concebido de la relación entre una mujer y un toro– el Minotauro era mitad hombre y mitad animal; es una fiera que necesita ser confinada en un laberinto para controlar sus impulsos primitivos (devorar a personas).

El cristianismo no ha borrado la tradición clásica. Por el contrario, incorpora nuevos elementos mitológicos, vinculados principalmente a la mala acción del demonio. Esto, dicho sea de paso, se presenta como un híbrido entre el hombre y la bestia (con cuernos, cola, pata) iconografía de la mitología cristiana, que se consolida a la Edad Moderna. Belcebú también está presente en forma animal. Él es la excelencia del monstruo cristiano: viviendo entre lo espiritual y el mundo natural, Belcebú se presenta como un híbrido de hombre y bestia y encarna todos los vicios morales. Además de significar un peligro para el cuerpo, puede aniquilar el alma. Esos vehículos de ‘miedo’ en la población se extendieron a brujas y judíos, no al azar identificados con la fealdad y la maldad –una serie de estereotipos fácilmente reconocidos en la literatura religiosa que supone la decadencia de la moral.

Además de este tipo de monstruo cristiano, la Edad Media también sabía, por los escritos antiguos de autores como Plinio el Viejo (23-79), o de sus cronistas, como Marco Polo (1254-1324), sobre toda una legión de seres que habitaban los confines de la tierra: los hombres sin cabeza, algunos con cabeza de perro, otros con los pies hacia atrás, otros sin boca y cubiertos de pelo, seres alados, andróginos, cinocéfalos, pigmeos…La lista es extensa, y revela tanto el maravilloso sabor a creatividad como la calidad del conocimiento geográfico que el cristianismo conservó del resto del mundo y de otras mitologías.

A lo largo de los tiempos modernos, con las grandes navegaciones y el contacto sistemático de los europeos con otras regiones del mundo, los monstruos acompañan a las carabelas. Los seres temibles que habitan los océanos en el siglo XVI son trasladados a los lugares recónditos del Nuevo Mundo, donde habitaba la fantasía y donde el mal se refugiaba invariablemente. De modo que así podían explicar ciertos rituales y conductas como el canibalismo asociándolo a una maldad cristiana. La maldad en el colonialismo fue en parte justificada por esa degradación moral cristiana evaluada por el mundo Occidental en base a los actos de los indios y sus costumbres.

Los viajes tuvieron un carácter exploratorio y de conocimiento, algo típicamente moderno, con la intención de conocer de un modo práctico, es decir, a partir de la experiencia. En este viaje, terminaron incorporando las nociones zoológicas fantásticas que existían desde la Edad Media. Leones marinos, por ejemplo, fueron tomados por criaturas monstruosas por pertenecen al orden de la fauna desconocida.

Durante la Era Moderna, esos seres –aberraciones de la realidad conocida– servían como una dualidad del hombre. La imagen deformada e inclasificable, induce por falta de conocimiento a la creencia en la necesidad de la existencia de una norma. Ellos fueron utilizados para definir a la humanidad como reino de la razón, de la sociedad organizada –los monstruos representaban de forma grotesca una amenaza de desintegración de lo que se consideraba correcto. En esta situación se crearon leyendas donde el propio héroe y el camino de la rectitud procedía de la autoridad eclesiástica.

La imagen horrible, entonces, sirvió para asustar a la población y establecer cierto orden social. No es de extrañar que el filósofo Thomas Hobbes (1588-1679) escogiera una criatura horrenda citada en la Biblia y por los navegadores de su época, el Leviatán, para dar nombre a su libro y servir de metáfora sobre el poder político centralizado en el Estado. Una bestia legendaria, parecida con el lobo, surgió en Francia entre 1764 y 1765, estimulando la imaginación y sirviendo para alentar más fuerza si cabe a la autoridad de la Iglesia y del gobierno monárquico. Los inquisidores más tarde encuadraron esas criaturas como herejes.

El ser macabro atacó mujeres y niños, arrancó sus cabezas y, supuestamente, succionó su sangre. Los incidentes que se fueron acumulando, luego fueron asociados a algún poder maligno y sobrenatural, y la bestia de Francia pasó a ser descrita como un hombre-lobo, capaz de resistir a armas de fuego. A finales de 1764, la Iglesia local argumentó que Dios había utilizado a la bestia para castigar a los pecadores, lo que revela una nueva cara de los monstruos: ellos podían ser la prueba de la acción divina en la vida de los hombres. Los monstruos como el hombre-lobo se plantearon como el castigo de Dios por sus pecados.

Misiones que implicaron a millares de hombres fueron enviadas a la región francesa para la caza de la Bestia de Gévaudan. Pero fracasaron estrepitosamente. El gobierno, humillado en una guerra contra Prusia y financieramente debilitado, también se sintió avergonzado por la criatura. Entre marzo y abril de 1765, 14 víctimas fueron devoradas. Por fin, un enviado real abatió un gran lobo que fue presentado ante el rey. Pero no se trataba de una criatura anormal, mucho menos era algo sobrenatural. Poco a poco, los eventos en la región se atribuyeron a meros lobos que atacaban regularmente rebaños de ovejas.

Como se puede ver, donde hay hombres, hay monstruos. A menudo, designamos como monstruo a aquello que pervierte cierta norma social, de ahí la fascinación sentida por sus historias, ya que debemos negar nuestra semejanza con ellos.

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