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Los enterramientos romanos

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Sepulcro romano

Los monumentos funerarios fueron un tipo de construcción que casi siempre se encontraba dispuesto fuera de la urbe propiamente dicha. Las sepulturas romanas, erigidas en términos generales junto a las calzadas principales de entrada a la ciudad, tuvieron una sorprendente diversidad formal porque evidenciaron los agrados personales de sus promotores y porque su cometido, alojar los cuerpos o restos incinerados de los muertos, podía adecuarse a cualquier forma.

El emperador Augusto erigió su propio mausoleo en Roma entre los años 27 y 23 a.C., un grande tambor macizo coronado por un túmulo, recordando los sepulcros de tierra de la fase etrusca. El emperador Adriano erigió en el otro lado del Tíber un mausoleo aún mayor, construido para él mismo y sus sucesores (135 d.C.-138 d.C.), que en el siglo V se transformó en el castillo de Sant’Angelo. Un potentado contemporáneo a Augusto, Cayo Sextio, se mandó cimentar hacia el año 15 a.C. una pirámide sepulcral, mientras que en la misma fase un boyante panadero, Marcus Virgilium Eurysaces, decoró su sepultura con un friso en el que se detallaban las diferentes fases de la cocción del pan.

Las personas con menos recursos, los libertos en específico, fueron enterrados en sepulturas comunales llamadas columbaria, en las que las cenizas de los fallecidos se depositaban en alguno de los incontables nichos distinguidos por una simple inscripción. Se erigieron igualmente grandes sepulturas verticales, como la desarrollada en honor de la familia patricia de los Julios en Saint-Rémy de Provenza (Francia). Su mausoleo, construido entre el 40 y el 30 a.C., consiste en una gran base bajo un cuerpo de cuatro arcos y un pequeño templo circular redomado por dos estatuas. Los sepulcros igualmente podían estar horadados en las laderas de las montañas, con portadas monumentales talladas en los taludes de piedra, como en la necrópolis romana de Petra (actual Jordania).

La denominada sepultura o torre de los Escipiones (primera mitad del siglo I d.C.) constituye uno de los mejores sepulcros preservados en la Hispania romana. Localizado cercano a Tarragona, presenta un aspecto de torre con cuerpos superpuestos, en los que se adaptaron esculturas del dios Atis y bajorrelieves que quizás representan a los difuntos para los que se desarrolló el monumento, supuestamente redomado por una pequeña pirámide.

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