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Fantasías de gran presupuesto en el cine

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Cine fantastico

Frente al cine que representan los previos autores de cine de culto, pese a ser americano y en ocasiones asociado a la industria de Hollywood, ésta ha continuado otras líneas de realización para el consumo intensivo, en especial de niños y adolescentes. Se basan especialmente en el efectismo que las nuevas tecnologías y los grandes cálculos permiten. Dentro de esta categoría figuran las cintas de catástrofes, como La aventura del Poseidón (1972), de Ronald Neame, El coloso en llamas (1974), de John Guillermin e Irvin Allen, o Titanic (1997), de James Cameron, premiada con 11 distinciones Oscar de la Academia; las simulaciones de personajes del cómic, como Superman (1978), de Richard Donner, Batman (1989), de Tim Burton, y Spider-Man (2002), de Sam Raimi; o las cintas bélicas de ciencia ficción como la saga Star Wars, de Georges Lucas: La guerra de las galaxias (1977), El imperio contraataca (1980), El retorno de Jedi (1983), La amenaza fantasma (1999) y El ataque de los clones (2002), la primera cinta completamente digital. A esto hay que agregar las fantasías tecnológicas que ha generado posible los progresos de la informática, como Matrix (1999), de Larry y Andy Wachowski.

En estos géneros comerciales ha destacado Steven Spielberg, desde Tiburón (1975), modelo de cintas en las que una criatura aterradora atemoriza a una pacífica comunidad, a las más serenas y emotivas de ciencia ficción Encuentros en la tercera fase (1977) y E.T. el extraterrestre (1982), que estallaron la fascinación por las probabilidades de vida extraterrestre y su posible contacto con los humanos. En la serie de Indiana Jones rehace el cine clásico de aventuras: En busca del arca perdida (1981), Indiana Jones y el templo embrujado (1984) e Indiana Jones y la última cruzada (1989).

Los exagerados costes de estas megalómanas cintas han llevado a varios estudios a la bancarrota y han empujado a otros a hacer sólo 2 o 3 cintas al año, con lo que la oferta de cintas disponibles se disminuye, fenómeno que tiende a intensificarse con las políticas de marketing aplicadas desde comienzos de la década de 1990: concentrar el esfuerzo publicitario y promocional en pocas cintas que copan luego casi todas las salas de cine de las ciudades de todo el mundo, con lo que queda exiguo lugar para la exhibición de pequeñas manufacturas independientes o manufacturas medias de las industrias nacionales. Estas cintas quedan así arrinconadas en salas especializadas, afines a las antiguas de arte y ensayo, de aforo reducido, a las que llegan los aficionados y no el gran público. Lo cierto es que, incluso en Estados Unidos, aunque se siguen produciendo cintas intimistas, más inspiradas en el guión, la representación y la habilidad de los desarrolladores, como Kramer contra Kramer (1979, de Robert Benton), Gente corriente (1980, de Robert Redford), Paseando a Miss Daisy (1989, de Bruce Beresford) o Las normas de la casa de la sidra (1999, de John Irving), son a menudo (por no ser fantásticas ni efectistas y por procurar de estudiar o rehacer la realidad ordinaria) identificadas una compañía azarosa por los distribuidores, lo que parte aún menos su continuidad.

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