Temas doctrinales del Antiguo Testamento

Los asuntos doctrinales del Antiguo Testamento son ricos, intensos y diversos. En estos escritos no puede hallarse una teología única, ya que florecieron de copiosos individuos y comunidades durante varios siglos. Reflejan no únicamente una evolución del pensamiento, sino igualmente distinciones e inclusive conflictos de opinión. Por ejemplo, coexisten desemejantes representaciones de la producción y en más de una ocasión los profetas desafiaron los procesos de los sacerdotes. Los asuntos del Antiguo Testamento son congruentes por sí y entre sí, aunque no consiste en una teología organizada. La canonización de la Biblia, aunque produjo una lista oficial, igualmente reconoció una diversidad trascendente.

1. El Dios de Israel

El asunto teológico más obvio del Antiguo Testamento es al mismo tiempo el más reiterado e importante: Yahvé (el nombre de Dios en el Antiguo Testamento; véase Dios; Yahvé) es el Dios de Israel, del mundo entero y de la historia. Esta temática se reitera a partir de Éx. 20,3 (“No habrá para ti otros dioses delante de mí”) hasta las demás Escrituras hebreas, y constituye el pilar del resto de las reflexiones teológicas. Pero, sería artificioso considerar este asunto con el monoteísmo. Hablamos de un término demasiado abstracto para los escrituras en cuestión y en todos, si se exceptúan algunos de los materiales menos antiguos, se da por supuesta la existencia de otros dioses. Por lo general, los otros dioses se juzgan subordinados a Yahvé y en cualquier caso Israel debe conservarse devoto al único Dios. Se asegura que ese Dios es el autor del mundo, el monarca activo de la historia que salva y juzga, omnipotente sin embargo alarmado por su pueblo. Se revela a sí mismo de varias formas: a través de la ley, de los capítulos y de los profetas y sacerdotes.

El lenguaje característico del Antiguo Testamento sobre Dios vincula el nombre de Yahvé con los capítulos: “Yo, Yahvé, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la hogar de servidumbre” (Éx. 20,2). Israel reconoce quién es Dios más en términos de lo que ha generado o hará que en términos de su naturaleza intrínseca. De este modo, la historia adscribe la voluntad de una especial relevancia como esfera de la acción divina y de la interacción con su grey. La única salvedad significativa a esta acepción de la lengua histórica se encuentra en la literatura sapiencial.

2. La alianza y la ley

Otros dos asuntos elementales del Antiguo Testamento, la alianza y la ley, están asociados de forma estrecha. Alianza tiene copiosos significados, incluyendo una conformidad entre naciones o individuos, sin embargo especialmente se refiere al pacto entre Yahvé e Israel sellado en el monte Sinaí. El lenguaje relativo a la alianza tiene mucho en común con el de los tratados del antiguo Oriente Próximo, ya que tanto aquélla como éstos se corroboran a través de juramentos. Yahvé aparece tomando la propuesta en la instauración de la alianza al tomar la elección a un pueblo. Quizá la formulación más sencilla de la alianza es la frase: “Yo os haré mi pueblo y seré vuestro Dios” (Éx. 6,7). Se concebía que la ley se había concedido como parte de la alianza, pacto por el cual Israel se transformó en el pueblo de Dios. La ley contiene normativas de conducta en relación con los demás seres humanos y normas sobre las prácticas religiosas, aunque no difunde un código de instrucciones para hacer frente todos los trazos de la vida. Más bien parece indicar los límites que el pueblo no podrá transgredir sin romper la alianza.

3. El ser humano

El Antiguo Testamento profundiza en el concepto de los seres humanos en comunidad, algo importante para un pueblo que ha establecido este tipo de alianza. El ser humano individual era concebido como un cuerpo animado, como recomienda Gén. 2,7: “Por lo tanto Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida, y pareció el hombre un ser viviente”. Ese ‘aliento’ no debe considerarse como un ‘alma’, sino como ‘vida’. En el Antiguo Testamento, el ser humano era concebido como una unidad de materia física y vida, una integridad que era un regalo de Dios. En consecuencia, el fallecimiento era una realidad vívida. Las visiones de una vida tras el fallecimiento o de la resurrección aparecen como extrañas excepciones, y con mucha posterioridad, en el pensamiento israelita.

Otro asunto que aparece en los profetas y que resulta básico en otras partes es que Yahvé es un Dios justo que espera de su pueblo justicia y rectitud. Ello incluye la equidad en todos los asuntos humanos, la protección del débil y la instauración de fundaciones justas.

Al procurar éstas y otras materias, no es de asombrar que las Escrituras judías suministrasen los cimientos de dos religiones universales, el judaísmo y el cristianismo.

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