Primeros almanaques

Desde los comienzos de la ciencia astronómica, en etapas muy antiguas, invariablemente habían existido almanaques de uno u otro tipo. Tanto los pueblos mesoamericanos (aztecas y mayas) como los incas, relacionaron formas muy elaboradas de almanaques. El almanaque inca era mucho más semejante al occidental, ya que en su estructura se incluían doce periodos, apoyados sobre los dos solsticios de verano y de invierno.

En el mundo maya el tiempo era una inquietud estable, cargado de motivaciones religiosas, lo que les llevó a la producción de un almanaque muy complejo, que combinaba series solares y lunares, y que posibilitaba realizar cálculos de tiempo de gran precisión.

El almanaque azteca era el núcleo básico de la religión y consistía en una sucesión ritual de los días, y el almanaque solar se encontraba dividido en dieciocho meses de 20 días y una etapa complementaria de 5 días. La amalgama de los dos sistemas posibilitaba numerar los años, que se contaban en unidades cíclicas de 52 años.

Se conoce la existencia de tonalámatl, especie de almanaques, obras escritas de referencia para guía de los sacerdotes, hechos de papel amate (corteza de árbol), que solían consistir en largas tiras de papel preparado para pintar sobre él y seguidamente se doblaba, en forma de biombo, para abastecer su lectura. A cada semana se le dedicaba una o dos páginas.

A partir del siglo XVI comenzaron a difundirse por Europa los almanaques propiamente dichos que los editores vendían, con gran éxito, en las librerías.

En España y Latinoamérica, al igual que en otros países europeos, el almanaque constituyó un medio de transmisión de cultura entre las clases conocidos. Parte de su enorme éxito residía en la circunstancia de que, además de datos sobre fechas, acontecimientos astrológicos y celebraciones religiosas (santoral), ofrecía predicciones del tiempo para la totalidad del año, consejos para agricultores y ganaderos, citas y proverbios, pequeñas historias didácticas y moralistas en rima, anécdotas humorísticas y parodias satíricas específicamente desdeñosos con el poder, entre otros muchos añadidos. En realidad, y bajo muchos trazos, el almanaque fue un eficaz transmisor de ideas liberales a lo largo de la etapa del absolutismo, pues constituía prácticamente el único acercamiento a la lectura por parte de las clases medias y bajas de la población, muy receptivas al lenguaje figurado y sentencioso y al alto contenido en imágenes de las publicaciones de la actualidad. A partir del año 1502, su publicación inició a sufrir la censura impuesta por los soberanos, en concordancia con la Iglesia, sobre toda la producción literaria.

A lo largo del siglo XVIII florecieron los piscatores (almanaques predictorios meteorológicos) de Torres y Villaroel en Salamanca (España) que comunicaron, 25 años antes, la Revolución Francesa. Otros piscatores famosas eran los de Oxford y Cambridge, así como los desarrollados por Goethe y Schiller en Alemania.

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