Las últimas moradas en la mitología maya

Entre los mayas existen tres moradas distinguidas para los muertos: el inframundo, un paraíso que se encuentra ubicado en uno de los cielos y una morada celestial. La primera, denominada Mitlán, Metnal o Xibalbá (así se la nombra en el Popol Vuh), está en el quinto de los nueve submundos, el más intenso. Llegar hasta allí es arriesgado: el muerto precisa un par de zapatos nuevos, debe pasar tres puertas y cruzar un lago con auxilio de perros. La segunda, el paraíso, es un lugar ameno donde corre leche y miel y equivale a la morada de los dioses de la lluvia o tlálocs mexicas (véase Mitología azteca). En el paraíso hay además un espacio para los niños, a quienes se pone en un gran árbol lleno de pechos de mujer que los siguen alimentando. Según algunas representaciones, igualmente los suicidas acaban en la segunda morada. La tercera morada está en el cielo séptimo, el más alto, donde van los que han pasado una temporada en el inframundo, los muertos en el conflicto bélico y las mujeres que murieron en el parto. Uno de los dioses de la muerte más importantes es Cizín, igualmente relacionado con los temblores de tierra y con el color amarillo, símbolo de la muerte. No es casual su vínculo con la deidad Jaguar, a quien se juzga señor de la noche estrellada, aunque en realidad reina al mismo tiempo en el cielo, en la tierra y en el mundo subterráneo de las sombras. Bajo diferentes nombres (onza, ocelote, yaguareté) aparece en diferentes mitologías de África y América, como en la tupí-guaraní, en una de cuyas leyendas se cuenta que “Jaguar reventó el vientre de Sol, lo comió, le royó los huesos” o, conforme otra versión, que tiene una piel de color azul celeste y está aguardando la orden divina para devorar a la humanidad.

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