Funcionamiento de los aeropuertos

Los aviones deben despegar y aterrizar empleando el viento, por lo que la localización de las terminales y el trazado de las pistas dependen en buena medida de la pauta de los vientos más frecuentes. Otros indicantes son las características geográficas, como las colinas y montañas próximas, y la conveniencia de soslayar rutas de aproximación y salida sobre zonas residenciales pobladas. Tales demandas han cometido que sea cada vez más dificultado encontrar enclaves para los aeropuertos. Suprimir el ruido y la contaminación atmosférica han sido preocupaciones de peso tanto para los ingenieros de aeropuertos como para los diseñadores de aviones, sin embargo el progreso no ha sido lo bastante veloz como para acallar las progresivas quejas de ecologistas y otros habitantes. Los diseñadores de aeropuertos han de tener en consideración el peso y la envergadura de las alas de los aviones al diseñar los hangares, las zonas de carga, las rampas de estacionamiento, las pistas de rodaje y las de despegue y aterrizaje; los aviones de reacción de fuselaje ancho, que precisan pistas de cemento de 60 m o más de ancho y 4.300 m o más de largo, han empeorado estos conflictos. Igualmente hacen falta monumentales hangares para mantenimiento: en el nuevo aeropuerto de Munich hay un enorme edificio con cabida para seis Boeing 747-400. Este mismo complejo tiene una terminal de carga aún mayor.

Un rasgo común de todos los aeropuertos es la torre de control, en la que los controladores aéreos se sirven de computadoras, radar y radio para continuar el tráfico aéreo y mandar instrucciones para despegues, aterrizajes y mantenimiento de la distancia de seguridad entre aviones. Al multiplicarse el tráfico en la década de 1980, la labor de los controladores se hizo cada vez más difícil. Véase Control aéreo.

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