Farmacéuticas, diabetes y anemia perniciosa

Se considera que los años de entreguerras equivalieron a la ‘adolescencia’ de la industria farmacéutica. El 11 de enero de 1922, en la Universidad de Toronto (Canadá), F. G. Banting y Charles H. Best inyectaron un extracto pancreático a un chico de 14 años cuya diabetes se juzgaba terminal, y sus síntomas remitieron. Inmediatamente apareció una demanda mundial de la sustancia salvadora, denominada insulina. Este avance cambiador significó el Premio Nobel de Fisiología y Medicina para ambos científicos.

Las autoridades de la Universidad de Toronto se dieron cuenta de que precisaban proponerse los conflictos de la fabricación y distribución de insulina con un enfoque comercial, para lo que recurrieron a la compañía farmacéutica americano Eli Lilly, de Indianápolis (Indiana). A mediados de 1923, Lilly comercializaba ya suficiente insulina para procurar a miles de diabéticos en Norteamérica. Las compañías farmacéuticas europeas que fabricaban insulina bajo licencia de la Universidad de Toronto obtuvieron un triunfo parecido.

Posteriormente a estos admirables resultados, Lilly produjo en 1928 un extracto de hígado de gusto aceptable; hasta ese momento, los perjudicados por la anemia perniciosa tenían que comer regularmente hígado crudo para sobrevivir, un régimen al que sustituyó el nuevo fármaco. El tratamiento de la anemia perniciosa volvió a transformarse en 1948, en el momento en que un conjunto de pesquisa de Glaxo dirigido por el doctor E. Lester Smith aisló la vitamina B12, igualmente conocida como cianocobalamina, a partir de hígado. La compañía demostró la forma de hacer esta vitamina en grandes cuantías mediante la fermentación de la pita o agave.

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