El canon cristiano, el que hoy es la versión católica del Antiguo Testamento, apareció primero como una traducción de las primeras obras escritas hebreas al griego. El proceso se inició en el siglo III d.C. fuera de Palestina, por causa de que las comunidades judías de Egipto y de otros enclaves precisaban las Escrituras en el idioma de su propia cultura. La mayoría de las obras escritas adicionales de esta Biblia, incluyendo suplementos de obras escritas más antiguos, tuvo su origen entre las comunidades judías no palestinas. Hacia finales del siglo I d.C., en el momento en que se recopilaban y difundían los primeros escritos cristianos, existían ya dos versiones de las Escrituras del judaísmo: la Biblia hebrea y el Antiguo Testamento en griego (conocido como Septuaginta). Pero, la Biblia hebrea marcaba la norma oficial de la teología y la práctica. Ninguna prueba indica que en el judaísmo haya existido alguna vez una lista oficial de Escrituras en griego. Los obras escritas adicionales de la Septuaginta fueron admitidos de forma oficial apenas por el cristianismo. Los escritos de los primeros padres de la Iglesia contienen copiosas y múltiples listas, sin embargo es incuestionable que prevaleció el Antiguo Testamento en griego, más extenso.
El último paso importante en la historia del canon cristiano tuvo lugar durante la Reforma protestante. Cuando Martín Lutero tradujo la Biblia al germánico, redemostró lo que otros (destacando de modo muy eminente san Jerónimo, el erudito bíblico del siglo IV) ya sabían: que el Antiguo Testamento único se encontraba escrito en hebreo. Eliminó de su Antiguo Testamento todas las obras escritas no incluidas en la Biblia judía y los tildó de apócrifos. Esta medida tuvo por objeto regresar al texto y a los cánones acaso más antiguos y por consiguiente mejores, y oponer a la autoridad de la Iglesia la autoridad de aquella versión más antigua de la Biblia.
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