Hitler difundió su doctrina de odio racial y desprecio por la democracia en los copiosos mítines que preparó y, mientras tanto, las organizaciones paramilitares del partido aterrorizaban a sus contrincantes políticos. No tardó en transformarse en una figura clave de la política de Baviera gracias a la contribución de oficiales de alta graduación y emprendedores adinerados. En noviembre de 1923, un momento de caos político y económico, encabezó una rebelión (putsch) en Munich contra la República de Weimar, en la cual se autoproclamó canciller de un nuevo régimen autoritario. Pero, el conocido como putsch de Munich fracasó por falta de amparo militar.
Hitler fue sentenciado a cinco años de prisión como jefe del intento de revés de Estado, y dedicó los ocho meses de condena que cumplió a redactar su autobiografía: Mein Kampf (Mi combate). Fue liberado como consecuencia de una amnistía general en diciembre de 1924, y volvió a levantar su partido sin que ninguno de los representantes de la regencia al que había procurado deponer pretendiera imposibilitarlo. Durante la dificultad financiera de 1929, muchos alemanes aceptaron su teoría que la expresaba como una trama de judíos y comunistas. Hitler consiguió cautivar el voto de millones de habitantes prometiendo reformar una Alemania fuerte, hacer más puestos de trabajo y reponer la reputación nacional. La representación del partido nazi en el Reichstag (Parlamento) pasó de 12 diputados en 1928 a 107 en 1930.
El partido continuó creciendo a lo largo de los dos años siguientes, empleando la situación desarrollada por el incremento del desempleo, el pavor al comunismo y la falta de determinación de los contrincantes políticos del Führer frente a su confianza en sí mismo. Pero, en el momento en que Hitler fue nombrado canciller en enero de 1933, los grandes emprendedores aguardaban poder manejarle con sencillez.
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