El químico sueco Svante A. Arrhenius ya demostró en 1896 que el equilibrio radiactivo de la Tierra dependía en gran medida de la capa defensora de dióxido de carbono. Durante 150.000 años el contenido de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera se ha mantenido en un valor perseverante de unas 270 partes por millón (ppm). El dióxido de carbono atrapa los rayos infrarrojos que salen de la Tierra y es el culpable de que la temperatura de la superficie terrestre sea unos 31 grados más cálida que si no existiera. Esto ha tenido un efecto crucial en el avance de la vida misma, ya que sin este efecto invernadero natural, la mayoría del agua terrestre sería hielo. Pero, el contenido de dióxido de carbono en la atmósfera se ha aumentado desde 1850 hasta alcanzar 360 ppm. El mayor motivo de este incremento es el incremento sucesivo de la combustión de carbón, petróleo y gas para hacerse con la energía necesaria a fin de conservar nuestro estilo de vida. Los habitantes del oeste de Europa gastan tres toneladas de petróleo, o su semejante en gas o carbón, por persona y año, mientras que en Estados Unidos el gasto es de ocho toneladas por persona y año. En el mundo se consumen 8.000 millones de toneladas de petróleo u otros combustibles fósiles al año, y se espera que en el año 2020 el consumo alcance los 14.000 millones de toneladas anuales. Gran parte de este incremento de la demanda proviene del mundo en vías de desenvolvimiento. En China se queman 1.000 millones de toneladas de carbón y se calcula que en cinco años esta cifra se incrementará a 1.500 millones de toneladas, ya que su economía está creciendo a un ritmo del 10% anual. (Como media, en un país en vías de desenvolvimiento un incremento anual del 1% viene a suponer un incremento en el consumo de energía del 1,5%.) El veloz incremento de la población de los países de desenvolvimiento intermedio acentúa el conflicto. Las Naciones Unidas estiman que en el año 2040 el incremento va a ser de 10.000 millones de personas de las que 8.000 millones pertenecerán a países de desenvolvimiento intermedio, muchos de ellos con economías en fuerte expansión, con lo que su demanda de energía incrementará de forma considerable.
El efecto de la quema masiva de combustibles fósiles es el incremento de la cuantía de dióxido de carbono. Su concentración en el aire habrá duplicado en el año 2030 los valores medios del siglo XIX, que se situaban en 270 ppm, lo que producirá el incremento en 2 ºC de la temperatura de la superficie terrestre así como una subida de unos 4 cm del nivel del mar, conforme las estimaciones de la Conferencia Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas.
Las posibles secuelas del calentamiento global son impredecibles a largo plazo y han generado la alarma en la totalidad del mundo. La oportunidad de ver masas de agua inundando los países ribereños y cambios en el clima causando el incremento de las lluvias en partes del hemisferio norte, así como la prolongación de la desertización en algunas regiones ecuatoriales en las próximas décadas resulta alarmante. En mayo de 1992, 154 países (incluidos los de la Unión Europea) sellaron el Tratado de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (ratificado en marzo de 1994). Los países signatarios se comprometieron a estabilizar, para el final de siglo, los niveles de las emisiones de dióxido de carbono en los valores de 1990.
Los científicos partícipes de la Conferencia Intergubernamental sobre el Cambio Climático, responsables de supervisar e inspeccionar el fenómeno del calentamiento, advirtieron que con las propuestas de reducción aprobadas de forma ardua se alcanzará soslayar los posibles daños futuros que puede provocar el cambio en el clima. La estabilización del nivel de las emisiones de dióxido de carbono va a requerir una considerable intención política. El Consejo Mundial de la Energía asegura que para alcanzar la pretendida estabilización sería necesaria una reducción de al menos un 60% de las emisiones anuales de dióxido de carbono a partir de ahora.
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