Colonialismo en Asia

Con la caída de los mongoles, los imperios asiáticos contrincantes combatieron por el poder: los turcos otomanos, los iraníes, los mogoles de India y los chinos de las dinastías Ming y Qing (o Manchú). La desintegración política acabó con el comercio terrestre. En ese momento, mientras los nuevos países de Europa entraban en una etapa de exploración y colonización de los territorios asiáticos, africanos y oceánicos, los turcos otomanos recluiron el extremo occidental del continente de las rutas marítimas hacia Oriente. El resultado fue una pugna internacional por el comercio que empujó a Asia a la invasión europea.

1. Imperios posmongoles

Los otomanos musulmanes, que precipitaron de este modo la expansión europea, habían conquistado los restos de los Imperios seléucida y bizantino y se extendían al norte, hacia Europa. Después tomaron Constantinopla, Siria y las ciudades santas del islam, La Meca y Medina. Posteriormente al año 1566, sin embargo, hubo pocos sultanes importantes, y mientras el poder otomano declinaba, su imperio quedó sometido a las potencias contrincantes europeas.

Irán se restauró bajo la dinastía Safawí (1502-1736), sin embargo después fue el campo de combate de turcos, rusos y afganos. La ulterior dinastía Qayarí (1794-1925) fue un peón en las combates de poder europeas.

La India musulmana, como Turquía e Irán, experimentó un ligero renacimiento bajo la dinastía mogola (1526-1858), que aseguraba descender de Tamerlán y Gengis Kan. La tolerancia religiosa y la unidad política crecieron durante el largo reinado del tercer emperador, Akbar. Después, en cambio, reinaron emperadores débiles en Delhi, e India inició una etapa de guerras con reinos musulmanes, hindúes y sijs. Dentro de este vacío de poder se movieron los constructores de imperios coloniales europeos.

2. Expansión colonial

A mediados del siglo XIX, los poderes coloniales preponderantes en Asia eran Gran Bretaña y Rusia. Los holandeses controlaban las Indias Orientales (la actual Indonesia) y el lucrativo comercio de especias que habían arrebatado a los portugueses; España administraba Filipinas y los franceses dominaban Indochina. Los portugueses, que habían sido los primeros en prevenir a los turcos al navegar en torno a África, habían perdido la mayoría de sus fortalezas y posesiones. Asia fue desgarrada por la pugna entre las grandes potencias. En la India, por ejemplo, durante las guerras entre franceses y británicos del siglo XVIII, ambos bandos emplearon militares indios, conocidos como cipayos.

Tras derrotar a los franceses a finales del siglo XVIII, los británicos se expandieron por el subcontinente indio, se anexionaron algunos estados y brindaron protección a otros, hasta que en 1850 lo manejaron por entero. El descontento indio con la autoridad británica detonó en la Rebelión de los cipayos de 1857, conocida en la historiografía anglosajona como Rebelión india o Motín indio. A pesar de que fue reprimido sangrientamente, el levantamiento provocó reformas que inmortalizaron el control británico durante casi un siglo más.

Desde la India, los británicos aventajaron hacia Birmania (actual Myanmar) y la península de Malaca. Dos guerras anglo-birmanas (1824-1826 y 1852) le costaron a Birmania la pérdida de su litoral. Los británicos extendieron su protección sobre los estados musulmanes de la península Malaya y tomaron posesión directa de importantes centros comerciales de Singapur, Pinang y Malaca. A pesar de que Gran Bretaña igualmente amenazó a Siam (actual Tailandia), el reino Thai cedió sus posesiones a varios estados de Malaca a fin de conservar su independencia.

Los franceses perdieron su territorio en la India, sin embargo, a cambio, obtuvieron influencia en Indochina. Posteriormente a 1400 Vietnam se había dividido en dos países, sin embargo fue reunificado en el siglo XIX por la dinastía sureña de Nguyen que se aprovechó de la ayuda militar francesa. Los Nguyen invadieron Camboya y Laos, sin embargo su persecución de cristianos provocó que los franceses se anexionaran el sur y que el protectorado galo se extendiera sobre toda Camboya.

La expansión rusa en Asia superó ampliamente a la de los británicos en prolongación y fue completada mucho antes. Ya en 1632 comerciantes rusos y cosacos habían conseguido el Pacífico. Los militares y los burócratas les siguieron, cimentaron fuertes y recaudaron impuestos entre los pueblos nativos. Rusia avanzó hacia Turkestán en 1750 y se reaseguró en sus demandas sobre el Cáucaso en el año 1828.

3. El final del aislamiento

La experiencia china con los europeos durante este periodo fue muy diferente. Un boyante comercio entre Europa y China marcó las iniciales etapas de las dinastías Ming y Qing. Los primeros Ming incrementaron los impuestos y mandaron grandes flotas hasta África, para así procurar de esclarecer su superioridad sobre todas las naciones europeas. Pero después el país se aisló y, definitivamente, los corsarios asolaron la costa china mientras los burócratas confucianistas dilapidaban tiempo y dinero en vacuas discusiones en la corte.

A lo largo de esta dificultad, una tribu manchú tomó Pekín y proclamó la dinastía Qing. Su gran emperador, Kangxi (1661-1722), expandió la supremacía de China, se convocó con misioneros eruditos y aceptó el comercio exterior, que creció, pese a que China trataba a los extranjeros como inferiores y los confinaba en Guangzhou y Macao (Aomen). A pesar de las quejas chinas, el opio se transformó en el destacado artículo de comercio en Guangzhou, ciudad controlada por los británicos. A mediados del siglo XIX, los conflictos sobre la venta de opio desencadenaron enfrentamientos armados entre los chinos y los extranjeros, conducidos por los británicos. Los chinos perdieron las denominadas guerras del Opio y fueron empujados a abrir otros puertos, ceder Hong Kong a los británicos y la provincia de Amur a Rusia, admitir la equidad de trato con todas las potencias occidentales y respaldar otras concesiones diplomáticas y comerciales. A pesar de que aún conservaba su independencia, China había sido deshonrada por los ‘bárbaros europeos’.

El impacto del comercio y el expansionismo occidental afectaron por primera ocasión a Japón al final del anárquico sogunado Ashikaga, que fue derruido por un triunvirato militar en 1573. Toyotomi Hideyoshi, el brillante general del conjunto, completó la reagrupación del Japón en 1587, con la ayuda de las armas y el consejo militar portugués. Después desplegó sus fuerzas en Corea, sin embargo fue declinado por una coalición de fuerzas chinas Ming y coreanas. Bajo el clan Tokugawa, que accedió al sogunado, los japoneses hicieron frente al pleno impacto de las influencias extranjeras, que observaban con miedo y desconfianza.

Los portugueses y los españoles fueron los primeros en llegar al archipiélago unidos de misioneros que difundieron el cristianismo por las islas. El pavor a que éstos fueran los precursores de una invasión europea, motivó que los sogunes prohibieran el cristianismo; al ignorar la prohibición se les expulsó del Japón. El comercio occidental se interrumpió excepto para los holandeses, que previnieron las actividades misioneras y cooperaron para reprimir una rebelión cristiana. A lo largo de dos sosegados siglos, los holandeses fueron el único nexo de unión de Japón con Occidente.

Las potencias occidentales pretendieron inútilmente terminar con el aislamiento japonés en 1854, año en que una misión americano dirigida por Matthew Calbraith Perry favoreció un tratado que inició las relaciones consulares entre ambos países. En 1858 el primer cónsul, Townsend Harris, firmó un tratado comercial. La resultante Restauración Meiji (1868) inició una rápida y revolucionaria modernización.

La dinastía Li de Corea igualmente interrumpió el comercio con Occidente y hostigaron a los cristianos. Como reino tributario de China, Corea aguardaba protección. Pero, en el momento en que en el siglo XIX los europeos consiguieron la apertura de China, Corea se aisló aún más.

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