Alianzas regionales: hacia un fortalecimiento de la integración

La idea de que la cooperación financiera es una garantía de estabilidad, y, por consiguiente, de seguridad, se impuso a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Se pueden discernir dos movimientos o tendencias. Por un lado, las alianzas cuya primera propósito era respaldar la seguridad colectiva de sus integrantes y que tienen como propósito la búsqueda de una unión financiera. Por otro, las uniones selladas sobre la base de la cooperación financiera, que tienden a una integración política y militar.

En 1961, el presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, intentó dar un contenido económico al panamericanismo, con la producción de la Alianza para el Progreso. La OEA, sin embargo, no consiguió poner en práctica una legítima cooperación financiera y social. Ésta pasa por múltiples uniones, de dimensiones más restringidas en el caso de Mercosur, el Mercado Común Centroamericano (MCCA), la Comunidad Andina o la Comunidad del Caribe, o más amplias, como la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI).

En el continente africano, la cooperación se ha estructurado igualmente a escala regional: los países de la llamada zona del franco forman la Unión Aduanera y Económica del África Central (UDEAC) y la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (ECOWAS); los países de la zona de los Grandes Lagos tienen su propia comunidad financiera; el África austral, tras la reintegración de Sudáfrica al entorno africano, se ha estructurado en torno a la Comunidad para el Desarrollo del Sur de África (SADC). Esta organización quiere rebasar su estricta vocación financiera para transformarse en una fuerza diplomática regional, a afinidad de la ECOWAS, formada en torno a Nigeria. Si bien la ECOWAS no ha conseguido realizar la integración financiera de sus integrantes, ha resultado en cambio un ejemplo útil de mediación en los conflictos locales. De esta manera, los países de la ECOWAS formaron una fuerza de interposición en Liberia (ECOMOG). La OUA, paralizada desde hace tiempo por distinciones políticas entre sus integrantes, pretende ya ejercer una mayor autoridad desde el enfoque tanto económico como diplomático: en 1991, sus países integrantes sellaron el Tratado de Abuja, que aspira a la instauración de una comunidad financiera panafricana antes del año 2005. Paralelamente, en 1993 aseguraron su intención de constituir a escala continental una fuerza militar disponible para intervenciones como la que se efectuó en Liberia.

Un movimiento parecido tuvo lugar en Asia, donde la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), ejemplo de cooperación financiera, social y cultural desarrollado en 1967, creó en 1994 un foro regional que quiere ser un organismo de seguridad para Asia, a afinidad de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). Concebida inicialmente como un foro de coloquio entre los países de la OTAN y los del Pacto de Varsovia dirigido a favorecer la cooperación financiera y tecnológica, así como la libre circulación de las personas y las ideas, la OSCE, heredera de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa, reforzó sus estructuras en julio de 1992 (aún con su antiguo nombre) a través del documento de Helsinki, que estudiaba las secuelas de los cambios producidos en las relaciones entre Europa Occidental y Oriental. Su misión se amplió en especial a las operaciones de mantenimiento de la paz. Paralelamente, el proceso de integración política se aceleró en el seno de la Unión Europea (UE). El Tratado de Maastricht, sellado en febrero de 1992, preveía la implantación de una política exterior y de seguridad común (PESC). En este marco, la UEO, cuyo poder era limitado, debería tender a transformarse en una estructura autónoma de defensa, en el seno de la OTAN. La ampliación de esta organización a los países del antiguo bloque comunista es una de las primordiales metas de las relaciones internacionales en los próximos años.

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