Alexander Ivánovich Herzen

Alexander Ivánovich Herzen (1812-1870), pensador, publicista y escritor ruso. Está estimado como uno de los más brillantes, perspicaces y persuasivos locutores del siglo XIX.

Nació en Moscú el 25 de marzo de 1812, hijo natural de un noble ruso, cuyo nombre era Iván Yakovlev, y de una institutriz germánica de origen humilde. Durante su infancia se comienzo en la mejor literatura francesa, germánica e inglesa. En sus atrayentes memorias, Pasado y pensamientos (1852-1868), escribió: “Las historias del abrasador Moscú, la contienda de Borodino, Bereziná, la captura de París eran mis canciones de cuna, mi Iliada y mi Odisea”, en referencia a los acontecimientos de las Guerras Napoleónicas acontecidos en sus primeros días de vida.

Estudió en la Universidad de Moscú y se doblegó de forma voluntaria a una dura prueba tratando de estudiar el pensamiento de Georg Wilhelm Friedrich Hegel. Pese a las distinciones de origen social y de carácter personal, se sintió muy unido a los amigos que allí hizo, con los cuales compartió un intenso sentimiento de distanciamiento de la Rusia oficial, un gran reconocimiento por los decembristas de 1825 y un anhelo de combatir para regresar a examinar los valores del ser humano. Después escribió: “ninguno de ellos pensó ni se preocupó por su posición social, ni por su propio provecho, ni por su seguridad. Ellos gastaron sus vidas, todas sus energías, en una persecución que no les trajo ninguna ventaja personal. Algunos desatendieron sus riquezas, otros su indigencia. ¿Dónde, en qué parte de la Europa contemporánea puedes encontrar tales ermitaños del pensamiento, tales devotos de la ciencia y del arte, que se afanan por conservarse eternamente jóvenes, aunque su pelo se ponga gris?”.

A lo largo de toda su vida combatió el concepto de país Estado por considerar que el poder centralizado acababa por frustrar las propuestas individuales de los habitantes. Se sintió alarmado por el cariz despótico que sucesivamente adquiría el Estado moderno (“Gengis Kan, provisto con telégrafo, navíos de vapor y vías férreas”), caracterizado por educar a sus habitantes para servir y estructurado en torno a un acelerado proceso de industrialización. Debido a sus ideas, el gobierno ruso le desterró alternativamente a Viatka (actual Kírov), en 1835, y a Nóvgorod en 1841. Pese a ello, este escarmiento le aceptó conocer en profundidad el sistema de gobierno local. En 1847 dejó su país (al que ya jamás retornaría) y se instaló en París. Allí conoció la refinada cultura francesa, su lengua y el vigor cambiador de un país que desde niño había admirado con el romanticismo propio de la lejanía. Pero, el revés de la Revolución de 1848 y el siguiente ascenso al poder de Napoleón III, terminaron por persuadirle de que su fe en Francia había sido una lamentable equivocación y de que las revoluciones violentas no conquistarían aproximar a Europa a la realización de sus ideales sociales. En Cartas desde Francia e Italia (1851) expuso su opinión sobre la sociedad europea de su tiempo: “Por una parte la burguesía terrateniente, que niega de forma obstinada repartir su monopolio, y por otra la burguesía con pocas características, que aspira a conquistar más sin embargo que carece de la fuerza para hacerlo; en una palabra, por una parte, avaricia, y por otra, envidia”.

En 1852 se desplazó a Londres, donde residió a lo largo de los siguientes 11 años. Acerca de la democracia inglesa comentó haberla encontrado “tan aburrida como la vida de los gusanos en un queso”. En 1857, dos años después de fallecer el zar Nicolás I y disminuir la presión de la policía secreta zarista, creó una publicación, La Campana, en la que criticó fuertemente el régimen zarista y que circuló de forma clandestina por toda Rusia. En 1864 viajó a Ginebra con la tentativa de entrar en contacto con la que él suponía una nueva descendencia de revolucionarios rusos que estudiaba en las universidades suizas. Decepcionado tras conocerlos, los calificó de arrogantes, “salvajes científicos”, puritanos, amargados, vengativos, y consideró que no eran aptos de extraer provecho del sufrimiento y de los fallos. Por otra parte, tuvo que hacer frente al desamable suceso de perder sin remisión a gran parte de sus incondicionales rusos, muchos de los cuales se sintieron atraídos por las nuevas, sin embargo potentes, voces del anarquismo y del marxismo. Debido a eso, en 1867 dejó de comunicar La Campana.

Convencido republicano y federalista, a favor del concepto de autonomía regional, Herzen se fijó el doble propósito de conservar la llama de la esperanza en los corazones de sus compatriotas y de difundir en Europa las ideas que florecían en su país al margen de la oficialidad impuesta por el régimen zarista. Siempre creyó que el avance de la economía y de las sociedades rusas pasaba por su articulación en torno a la agricultura, y no por su conversión acelerada y forzada en un gigante industrial. Falleció en París el 9 de enero de 1870.

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