Albigenses

Albigenses, incondicionales de la herejía más importante dentro de la Iglesia católica durante el medievo. Su nombre se lo deben al pueblo de Albi, en el sur de Francia, el centro más significativo de este movimiento.

Los albigenses eran fervientes incondicionales del sistema maniqueísta dualístico, que durante siglos floreció en la zona del Mediterráneo. Los dualistas creían en la existencia independiente y separada de dos dioses: una deidad del bien y otro del mal. Dentro de Europa occidental, los defensores del dualismo, los cátaros (del griego katharos, que significa ‘puro’), florecieron por primera ocasión en el norte de Francia y en los Países Bajos a finales del siglo XI y principios del XII. Perseguidos y desterrados del norte, los predicadores cátaros se llevaron hacia el sur, alcanzando tener una gran aceptación en las provincias semi-independientes del Languedoc y las extensiones próximas. Fue allí donde recibieron el nombre de albigenses.

Los albigenses creían que toda la existencia se debatía entre dos dioses: el deidad de la luz, la bondad y el espíritu, en términos generales asociado con Jesucristo y con el Dios del Nuevo Testamento; y el deidad del mal, la oscuridad y los conflictos, al que identificaban con Satán y con el Dios del Antiguo Testamento. Temas sujetos a fuertes debates eran si las dos deidades ejercían el mismo poder o si las fuerzas del mal se encontraban subordinadas a las del bien. Por definición, cualquier asunto material, incluyendo la salubridad, la comida, y el mismo cuerpo humano, era perniciosa y aborrecible. Como Satán había suceso prisionera al alma en el cuerpo humano, la única optimismo para la salvación humana es la de llevar una vida buena y espiritual. Gozando de una vida buena, las personas podrían conquistar liberarse de la existencia material después de su fallecimiento. Si no se conquistara llegar a la virtud durante el intervalo de la vida, el alma regresaría a ser concebido convertida en ser humano o en animal. Los albigenses creían que Cristo era Dios, sin embargo que durante su estancia en la tierra fue una especie de ángel con un cuerpo fantasma que acogió la apariencia de un hombre. Sostenían que la Iglesia cristiana convencional, con su gran cuantía de sacerdotes corruptos y su inmenso bienestar material, era la representación de Satán y que debía ser abolida.

Los incondicionales de la doctrina albigense se encontraban divididos en dos conjuntos: los simplemente devotos y los ‘perfectos’. Los perfectos se forzaban a sí mismos a llevar vidas de un ascetismo extremo. Renunciaban a todo lo que poseían, sobreviviendo apenas con las donaciones que hacían los otros integrantes de la comunidad. Tenían prohibido brindar compromisos, tener relaciones sexuales y comer carne, huevos o queso. Sólo los perfectos se podían comunicar con Dios a través de la oración. Los simples devotos podían aspirar a transformarse en perfectos después de un prolongado periodo de iniciación, seguido por el rito del consolamentum, o bautismo del Espíritu Santo a través de la imposición de las manos. Algunos obtenían este bautismo apenas estando próxima la hora de su fallecimiento, y como un modo para asegurar su salvación, se abstenían de comer y de beber; en cierto modo cometían suicidio.

En un principio, la Iglesia cristiana trató de reconvertir a los albigenses por medios sosegados, sin embargo en el momento en que fallaron todos los intentos, el papa Inocencio III lanzó la Cruzada albigense (1209-1229) que reprimió a los incondicionales de este movimiento de una forma inhumana y a su paso devastó gran parte del sur de Francia. Sólo pequeños conjuntos de albigenses persistieron en zonas muy desoladas, aunque luego fueron perseguidos por la Inquisición hasta finales del siglo XIV.

Véase igualmente Bogomilos; Cátaros; Dualismo; Maniqueísmo; Paulicianos.

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