Adoración de la naturaleza

Adoración de la naturaleza, religiosidad religiosa dedicada tanto al Universo como a un ser conjunto deificado o a la naturaleza, incluyendo los elementos de la materia, los cuerpos celestiales, las plantas, los animales y la humanidad. La adoración a los elementos no parece darse en las religiones más toscas sin embargo, con frecuencia, nace en etapas más tardías del avance religioso. La adoración al fuego, comprobada entre muchos pueblos antiguos, alcanzó su desenvolvimiento más alto en la antigua secta parsi de Persia. Los cuerpos celestiales han sido deificados en los sistemas religiosos tanto de pueblos antiguos como de pueblos altamente civilizados. Los khoikhoi de Sudáfrica adoraban a la luna; el culto al sol era practicado por los iroqueses y otras tribus norteamericanas, y alcanzó un alto grado de desenvolvimiento entre los pueblos indígenas de México y Perú (véase Adoración del sol). El sol era igualmente una deidad hindú, identificada maléfica por los dravidianos del sur de India, sin embargo benevolente para los munda de las zonas centrales. Los babilonios adoraban al sol y reverenciar al sol en la antigua Persia era parte integral del preparado culto a Mitra. Los antiguos egipcios adoraban a la deidad del sol Ra; deificaron igualmente a la luna y a la estrella Siria. Otras deidades egipcias incluían las constelaciones y las estrellas circumpolares.

Las plantas y los árboles han sido adorados como tótems o por causa de su utilidad, encanto y aspecto intimidante. Son considerados por igual como santos en sí mismos o como enclaves donde habitan los espíritus. Tanto la planta soma de India y la coca de Perú han sido adoradas por las características narcóticas de sus provenientes. Las cosechas eran identificadas como albergues defensores de los espíritus de la fertilidad y han sido sublimadas tanto por tribus antiguas como por los campesinos de Europa, entre los que pueden aún encontrarse huellas de estos cultos.

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